Los sátrapas del siglo XXI
Se trata de líderes, en algunos casos elegidos democráticamente, que “difunden odio e intolerancia”.
- septiembre 06, 2019
- 06:59 AM
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Se trata de líderes, en algunos casos elegidos democráticamente, que “difunden odio e intolerancia”.
El Director Ejecutivo de Human Rights Watch (HRW), Kenneth Roth, presentó en Berlín, a inicios de este año (17 enero 2019), su informe anual 2018, alertando que aunque cunden las amenazas de distinto signo a los derechos humanos por parte de regímenes, organizaciones e individuos extremistas de todo el mundo, “es llamativa la intensa reacción contra los autócratas”.
El Informe de HRW es amplio, pero contiene detalles reveladores de esas dos tendencias: la multiplicación de los autócratas y el crecimiento fuerte de la resistencia popular a sus desmanes.
En esa lista de los principales violadores de derechos humanos del mundo de HRW está un conjunto variopinto de países, culturas y sujetos, de distinto orden ideológico, pero con una línea base populista común.
¿Quiénes son los sátrapas del mundo en términos de derechos humanos?
Kim Jong Un, Corea del Norte, inspirado en el “pensamiento Juche” que justifica una dinastía y un régimen absolutista extremo de ya tres generaciones.
Xi Jinping, presidente de China desde 2012 y quien habla de “derechos humanos a lo chino”, poniendo los intereses del Partido Único Comunista, del Estado y de la Economía, por encima de los individuos.
Vladímir Putin, presidente de Rusia (que ya va por su cuarto mandato presidencial y es acusado de ejercer fuerte represión a las libertades de reunión, asociación y expresión y mantiene una fanática persecución contra la diversidad sexual).
Donald Trump, presidente de Estados Unidos de América (que insinúa una cierta supremacía blanca especialmente ante latinos, expresa una misoginia primitiva, ha dirigido una política de separación forzada de menores migrantes, de hecho, un chantaje contra las corrientes inmigrantes del sur del continente, exhibe una abierta hostilidad y agresividad contra la prensa independiente en su país “y por su ambigua postura ante el asesinato saudí del periodista disidente Jamal Khashoggi”.
Mohamed Bin Salman, príncipe heredero de Arabia Saudita y sospechoso, como Ministro de Defensa, de graves violaciones del Derecho Internacional durante el conflicto armado en Yemen, y por “complicidad en graves denuncias de tortura y otros malos tratos de ciudadanos sauditas, incluyendo el asesinato del periodista Jamal Khashoggi”.
Rodrigo Duterte, presidente de Filipinas un impredecible déspota de origen izquierdoso, que en su lucha contra drogas, ha querido realizar exámenes de sangre a los niños de los colegio y ha confesado su pasión por las ejecuciones extrajudiciales.
Jair Bolsonaro, presidente del Brasil, al que en breve muchos le llaman “el Trump de Brasil” y otros “el Duterte de Brasil” por sus tendencias a la violencia institucionalizada.
Daniel Ortega, al frente de ejecutivo presidencial en Nicaragua, también de origen izquierdoso, ha dirigido un genocidio sin precedentes en la región centroamericana, mantiene una represión feroz contra todos los derechos humanos y políticos básicos.
Y se incluyen en esa lista, personajes como el húngaro Víktor Orbán, el congoleño Joseph Kabila, el sudanés Omar el Bashir, el venezolano Nicolás Maduro, el turco Recep Tayyip Erdogan…
Se trata de líderes, en algunos casos elegidos democráticamente, que “difunden odio e intolerancia”, según el informe. Pero “los mismos populistas que están propagando el odio y la intolerancia también están estimulando una resistencia que sigue ganando batallas”, afirma Kenneth Roth.
Y añade: “El triunfo en ningún caso está garantizado, pero las victorias en el último año sugieren que los excesos de los regímenes autoritarios están avivando un poderoso contraataque en favor de los derechos humanos”.
¿Cómo discriminar ante satrapías como éstas?
El norte ante todo sistema: los derechos humanos
Afortunadamente, la maduración de la especie humana como conglomerado social, histórico, ha llevado a definir unos límites que impiden su autodestrucción. Hemos fijado así una ética universal para nuestra sobrevivencia como especie, pero especialmente, como comunidad de seres que razonan, sienten, temen, aspiran.
Es la regla que nos fija un mínimo minomorum que nos orientará ya sea como líderes o dirigentes, ya sea como ciudadanos de base: el sumo imperio de los derechos humanos, en cualquier latitud y momento del planeta, bajo todo tipo de circunstancias, es una especie de hilo azul que une nuestras conciencias. El informe de los sátrapas en el mundo también abre un horizonte de reflexión y esperanza: Todas las ideologías, religiones, filosofías, pensamientos, es decir, todas las construcciones mentales, sociales y culturales que surgen para interpretar o actuar en las relaciones humanas, no importa su contenido, tienen un sustrato de referencia, lo acepten o no: el respeto y defensa de los derechos humanos.
Ni mandando, ni obedeciendo, nunca, deberemos traspasar o violar esos límites, nuestro mínimo minimorum para seguir siendo, precisamente, humanos.
Nota: El presente artículo es responsabilidad exclusiva de su autor. La sección Voces es una contribución al debate público sobre temas que nos afectan como sociedad. Lo planteado en el contenido no representa la visión de Despacho 505 o la de su línea editorial.