Comparando dos alternativas de lucha por Nicaragua
Si la salida a la tragedia que agobia a Nicaragua se busca por la vía de elecciones con Ortega en el poder es indiscutible que la pandilla sobreviviría.
- febrero 11, 2020
- 11:00 AM
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Si la salida a la tragedia que agobia a Nicaragua se busca por la vía de elecciones con Ortega en el poder es indiscutible que la pandilla sobreviviría.
Creo, evidentemente, que para hacer comparaciones debe empezarse por enunciar claramente el objetivo común que presuntamente ambas alternativas persiguen. Este, en mi opinión, debería ser el de arrancar totalmente y para siempre el poder de las manos de la pandilla orteguista, de manera que sea posible hacer justicia, a la vez que iniciar la instalación de un sistema político-económico sólido y duradero en el que los funcionarios públicos sean eficientes, honestos y eficaces servidores de la población, a más de convencidos defensores de sus derechos, tanto personales como de seres sociales.
Claramente, la ruta a seguir en persecución de ese objetivo, debe pasar por la celebración, en algún momento, de elecciones absolutamente limpias. Pero, cualquier futura elección inevitablemente tendría lugar en una de dos posibles situaciones: el proceso electoral podría desarrollarse con la pandilla en el poder y, por ende, participando en el mismo; o bien con ella expulsada del poder y proscrita de participar.
Analicemos las dos alternativas: En la primera de estas situaciones sólo tendría sentido ético-político participar si la Ley Electoral ha sido adecuadamente reformada, y además hay razones para confiar en que va a ser estrictamente respetada a todo lo largo del proceso.
Algunas de ellas: el Consejo Supremo Electoral (CSE) ha sido desmantelado y sus funcionarios y empleados claves reemplazados por gente decente; se tiene la seguridad de que la llamada Asamblea Nacional no promulgará “leyes” mañosas, ni la lastimosa Corte Suprema de Justicia dictará “sentencias” perversamente disparatadas; de que la pandilla no hará uso de los recursos del Estado ni presionará a los empleados públicos; de que la Policía, las turbas y paramilitares no intimidarán a los votantes; y mil cosas más…
¿Será posible lograr todo eso? Si no lo es, quienes participen le estarían haciendo el juego, desvergonzadamente, a los dictadores. En el optimista caso de que sí fuera posible crear esas condiciones, así como su imprescindible complemento, una opción política cuya credibilidad animara y uniera a la inmensa mayoría de la población, no me cabe la menor duda de cuál sería el resultado: la pandilla irremisiblemente perdería, para empezar, el control de la Presidencia y la Asamblea.
Ojalá que no solo en apariencia, nunca olvidar 1990. Esto es, nunca descartar que mediante alguna modalidad de la sorda traición de ese año se entregue el poder a un Ortega en maquillaje. Pero aún si tal traición no se consuma, los vencedores en las urnas habrían pagado un precio elevado: habrían explícitamente admitido que los miembros de la criminal pandilla, pese a sus desmanes, tienen derecho a optar a los más altos cargos públicos de la nación, y a ocuparlos; convivirían con un número indeterminado de “legítimos y legales diputados” extraídos de lo peor de las entrañas del orteguismo; y, en consecuencia, su autoridad política y moral para hacer justicia y castigar a quienes en ecuánimes juicios fueren encontrados culpables quedaría sumamente debilitada. Ya no digamos para instaurar el sistema político ansiado.
Algunos avances podría haber si los funcionarios electos actuaran con coraje, dignidad y decencia, pero aun así se volvería sumamente difícil, por no decir imposible, alcanzar enteramente el objetivo perseguido. Lo cual no exige que esta alternativa sea desechada desde el inicio.
En la segunda alternativa, para efectuar las elecciones sería condición imprescindible el haber previamente despojado del poder a la pandilla, cuyos restos, además, estarían impedidos de concurrir a ellas. Con estos fines, a la lucha contra la dictadura habría que incorporar un nuevo instrumento, un elemento claramente unificador y de dirigencia del que ha estado carente. Se trata de la formación y el lanzamiento, en un momento propicio, de un Gobierno de Transición integrado por personas que, globalmente, inspiren en la población sentimientos de respeto y credibilidad en un grado apreciable.
Este gobierno podría aportar el crucial liderazgo requerido para encender el espíritu combativo y la confianza de la población, a la vez que presentar a la comunidad internacional un interlocutor representativo y confiable. Una suerte de Juan Guaidó. Con lo que quedaría reforzada significativamente la lucha libertaria, cuya meta de corto plazo, reflejando el sentir popular, ya no sería tan sólo el arrancar elecciones libres a la dictadura, sino que, yendo más allá, se propondría obligarla a abandonar el poder, el paso inicial.
Las prioridades del gobierno provisional, una vez en funciones, consistirían en depurar los poderes y demás instituciones del Estado; iniciar la aplicación de la justicia; instalar una Asamblea Constituyente; y sólo entonces convocar a elecciones generales transparentes. Para finalmente entregar el manejo del Estado a las nuevas y limpiamente electas autoridades.
Esta ambiciosa alternativa sí tendría, al menos en principio, posibilidades reales de alcanzar el objetivo perseguido por la inmensa mayoría de los nicaragüenses. Desde luego, no sobra decirlo, la condición esencial es que pudiera proclamarse un Gobierno de Transición suficientemente creíble, que, exacerbando y organizando la voluntad de lucha de los nicaragüenses, y con el reconocimiento y apoyo decidido de la comunidad internacional, tumbara a la dictadura.
Para luego poner en marcha acciones como las propuestas por las organizaciones y ciudadanos que se aglutinan en la alianza denominada “Iniciativa por el Cambio”. Propuestas que recogen el sentir de esa inmensa mayoría digna y decente.
Para concluir: si la salida a la tragedia que agobia a Nicaragua se busca por la vía de elecciones con Ortega en el poder es indiscutible, para empezar, que la pandilla sobreviviría. Reteniendo una cuota de poder que, dependiendo del grado de polarización del proceso, de su limpieza, y de qué tanto coraje y decencia despliegue la dirigencia opositora, podría ser mayoritaria.
Y, en el futuro hasta absoluta, ya lo hemos visto. Por otra parte, si se instala un gobierno provisional y logra tomar el poder en un tiempo prudencial que las circunstancias dictarían, ahí llegaría el tan anhelado final de la pandilla. Por el contrario, si pasado ese tiempo ello no ha ocurrido, se tendría que caer, en el mejor de los casos, en la versión que he llamado optimista de la otra alternativa, pese a las interrogantes y limitaciones que conlleva. Ojalá esto no ocurra.
Nota: El presente artículo es responsabilidad exclusiva de su autor. La sección Voces es una contribución al debate público sobre temas que nos afectan como sociedad. Lo planteado en el contenido no representa la visión de Despacho 505 o la de su línea editorial.