El regreso a clases tambalea la economía de los más pobres en Nicaragua
Tres padres de familia cuentan las dificultades que enfrentan este año para que sus hijos vayan a la escuela. El desempleo, los trabajos precarios y el olvido estatal son resentidos en los hogares más pobres, donde este enero hacen malabares en sus finanzas para garantizarles educación a sus hijos.
- febrero 01, 2020
- 08:35 AM
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Tres padres de familia cuentan las dificultades que enfrentan este año para que sus hijos vayan a la escuela. El desempleo, los trabajos precarios y el olvido estatal son resentidos en los hogares más pobres, donde este enero hacen malabares en sus finanzas para garantizarles educación a sus hijos.
Este lunes 3 de febrero los tres pequeños hijos de Carmen llegarán sonrientes a su primer día de clases en el colegio público España de Managua. Más que retornar al colegio, les entusiasma la idea de llevar uniformes, útiles y mochilas nuevas que con sacrificio lograron comprar sus padres.
La pareja, un obrero de la construcción y Carmen, que quedó desempleada a raíz de la crisis sociopolítica, ha gastado C$4,000 para garantizar lo básico a sus tres hijos. El peso económico recayó sobre el padre que trabaja “de corrido” para reunir C$6,000 mensuales con pagos diarios de C$200.
“Para otras familias pareciera poco el gasto, aunque no solo nosotros pasamos por esto, gastar 4 mil córdobas en un mes para una familia pobre es un peso grande, antes yo le ayudaba a mi marido con los gastos, pero al quedar sin trabajo y no encontrar, todo lo cubrió él”, se lamenta Carmen con hijos matriculados en quinto, tercero y primer grado de primaria y quien, por seguridad, pide omitir su identidad.
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Los niños están ansiosos. A diario preguntan a sus padres si este año les darán C$15 para el recreo y, tras un silencio incómodo, reciben un esquivo “vamos a ver” como respuesta.
“Les compramos un uniforme a cada uno, procuramos que fueran algo de buena calidad para que les dilate, además que vamos a reutilizar los uniformes que les quedaron del año pasado, a cada uno se les compró cuadernos que valían 25 córdobas; compramos lápices, borradores, las mochilas que están caras y, también, unas loncheritas por si no le podemos dar los 15 córdobas del recreo, mejor les alistamos una comidita”, explica Carmen quien trabajaba en el área de limpieza para una empresa que cerró operaciones.
Carmen es una de los más de 200,000 nicaragüenses que quedado en desempleo a causa de la recesión económica derivada de la falta de resolución a la crisis política. La Fundación Nicaragüense para el Desarrollo Económica y Social estima que en 2020 la cantidad de desempleados aumentará a 237,000 asociado al cierre de empresas y el estancamiento de la inversión. En la vida de Carmen esto se evidencia en una enorme frustración, porque a pese a su búsqueda incesante de trabajo formal no ha encontrado una oportunidad.
Ella agradece que tienen una casa propia y se evitan la carga de pagar una renta. Desde que quedó sin trabajo su marido “se rompe el lomo trabajando todo el día, a veces agarra su dinerito extra, pero no es suficiente. Yo de vez en cuando me voy a palmear tortillas donde una señora, pero no es diario”, relata afligida por la falta de recursos para la manutención de sus hijos.
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“Sé que son nuestros hijos y que debemos de darles todo, no deben ser carga de nadie más, pero tener trabajo en este país es difícil”, dice la mujer de 36 años que se ha resignado a enviar a sus hijos a escuelas estatales pese a que considera que la educación pública en el país es deficiente y está politizada.
“Ahora dan útiles, como mochilas y cuadernos con propaganda del Gobierno en la primera semana de la escuela, eso no es nada bueno, ¿Qué tienen que saber de partidos políticos los niños?”, cuestiona mientras observa jugar a los tres niños en el patio de la vivienda construida con una pequeña “falda de concreto” y el resto con madera.
A 5 KILÓMETROS DEL SUEÑO DE SUPERARSE
Unos 180 kilómetros separan a la comunidad de San Ramón de la capital nicaragüense. En ese lugar, perteneciente al municipio de El Sauce, en León, Francisco ingenia cómo reparar la bicicleta color gris que utilizará su hija para trasladarse a diario al colegio más cercano.
La adolescente, de 15 años, iniciará el cuarto año de secundaria, en un colegio que queda a 5 kilómetros de distancia de su vivienda.
“Si no le compongo la bicicleta la chavala va a tener que salir temprano y caminar hasta el pueblo, mi mujer y yo no podemos pagarle una moto taxi para que la lleve y la venga a dejar, eso es difícil, si a duras penas le compramos los cuadernos”, comenta el campesino.
A diferencia de los hijos de Carmen, la adolescente este año no tendrá uniforme, ni mochila nueva. El uniforme del año anterior la acompañará todos los días y en su mochila desgastada, una de color celeste con franjas blancas, cargará con sus cuadernos y parte de sus sueños: terminar la secundaria para convertirse en una profesional de la Medicina que logre sacar a sus padres de la pobreza.
“Nosotros aquí somos pobres, pero tratamos de trabajar lo más que podemos, aquí no es como estar en Managua que se puede encontrar trabajo más fácil, pero tenemos las tierritas que aunque sea poco la producimos por temporada y quedan para los frijoles”, expresa Francisco.
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Para el campesino es una alegría que su hija tenga el deseo de superarse, pese a tantas limitaciones que tienen.
“El año pasado nos fue mal y le habíamos dicho que no iba a ir a la escuela, pero ella decía que aunque descalza se iba, se fue; a la bicicleta le hacía falta una llanta y no teníamos con qué comprarla. Así hacen un montón de chavalos en esta comarca, agarran sus mochilas y se van, se les ve las ganas de ser lo que nosotros no pudimos”, dijo sin desviar los ojos de la bicicleta que necesita la adolescente.
Esta vez Francisco logró comprar la llanta de la bicicleta, el par de cuadernos de cinco materias que salen más económicos que los individuales, unos lapiceros, y “unos chunches”, dijo él, con los que la niña quería para complementar su paquete de estudios.
La matrícula de secundaria supera 500,000 estudiantes desde 2017, de los cuales el 35.1% pertenecen al área rural donde la pobreza, la distancia y factores sociales y culturales limitan el progreso educativo.
En 2017 la permanencia educativa en secundaria fue de 89.3% y la tasa de aprobación fue de 88.2%, según datos del Ministerio de Educación recabados por la Federación Coordinadora Nicaragüense de ONG que trabaja con la Niñez y la Adolescencia (Codeni).
Codeni también señala que en Nicaragua “persiste el desafío de mejorar la calidad del gasto, transparentar los recursos, la priorización hacia los sectores más vulnerables y su armonización con las normas jurídicas e institucionales vigentes”, se lee en el informe Balances y desafío, Aplicación de la Convención en Nicaragua.
Como ejemplo de las brechas educativas en el campo Condeni indica que mientras a nivel nacional, 5 de cada 10 niñas y niños de 3 a 6 años asisten a preescolar; “en la Costa Caribe, esto cambia, ya que solo 3 de cada 10 asiste a sus primeras clases; las y los adolescentes de 13 a 17 años tienen en promedio 5.3 años de educación en la Costa Caribe”.
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“Una de las dificultades que enfrenta este sistema educativo, además de la falta de recursos, es que su cobertura es limitada, y no logra llegar a las comunidades minoritarias”, apunta el organismo.
PRECIOS SE ELEVAN
En Ticuantepe Marina García está lista para enviar a sus dos hijos a la escuela, a diferencia de Francisco y Carmen, García decidió matricularlos en un colegio privado por el nivel en la calidad de la educación, aunque sabe que esto implicará un peso a su economía.
“Mi esposo y yo trabajamos por nuestra cuenta, y hemos ido de poquito en poquito con los preparativos escolares, los tenemos en colegio privado y los gastos de matrícula, mochilas, cuadernos, uniformes nuevos, zapatos, libros, etcétera, se hizo esta vez un presupuesto de aproximadamente 600 dólares (por ambos)”, detalla.
Expone que la decisión decidió matricular a sus hijos en un colegio privado porque no confía en la educación pública.
“Solo en libros hasta ahorita se ha gastado como 7,500 córdobas y falta comprar tres todavía. Pero esto es un esfuerzo que hacemos, porque no confío en la educación que viene de las escuelas públicas donde basta ver el tipo de libros que utilizan”, comenta la mujer refiriéndose a la carga política incorporada en los textos escolares.
En cambio, en la escuela podrán recibir clases de agricultura y música, lo que considera enriquecedor para su formación.
“Si me toca vender tacos, repochetas, etcétera lo haré para mantenerlos en la escuela, pero la verdad es que como cristianos confiamos en Dios que a pesar de las dificultades económicas del país nosotros vamos a estar bien”, añade.
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Según lo relatado por Marina los útiles los ha encontrado aún más caros que en años anteriores.
“En diciembre me habían dado un precio, por decirte algo una camisa estilo polo 300 y ya en enero 380. Las mochilas más caras, el año pasado compré una en 30 dólares y ahora una de 40. Nada está como antes, es obvio también que voy a tratar de no darles la misma cantidad de dinero a los niños, porque los gastos serán más ya estando dentro de la escuela”, comentó esta madre de niños que cursarán sexto grado y primer año se secundaria.