Francisco frente a la “dictadura grosera”: las veces que el Papa le dijo la verdad a Ortega y Murillo

Enfrentó con claridad moral a Daniel Ortega, llamó “grosera” a su dictadura y alzó la voz en defensa de una Iglesia perseguida, sacerdotes encarcelados y un pueblo bajo represión.

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Despacho 505
  • Managua, Nicaragua
  • abril 21, 2025
  • 06:32 AM

La muerte del papa Francisco marca el fin de un pontificado que no solo estuvo marcado por gestos de humildad y reformas internas dentro de la Iglesia católica, sino también por una posición firme y cada vez más crítica frente a regímenes autoritarios. En el caso de Nicaragua, sus palabras y silencios fueron, durante años, objeto de análisis, presión y debate, pero en momentos clave, su voz se alzó con claridad frente a los abusos del régimen de Daniel Ortega y Rosario Murillo.

Desde el estallido social de abril de 2018, cuando miles de nicaragüenses salieron a las calles para protestar contra el régimen y fueron reprimidos con violencia letal, la Iglesia católica —y en especial sus obispos— se posicionó del lado del pueblo. El papa Francisco, aunque en un inicio optó por un lenguaje diplomático y llamamientos al diálogo, se convirtió gradualmente en una figura incómoda para el régimen.

Ya desde la Plaza de San Pedro, durante varios domingos de oración del Ángelus, el pontífice pidió paz para Nicaragua, oró por las víctimas y urgió al régimen y a la oposición a retomar un diálogo verdadero. Pero en Nicaragua, esos llamados eran ignorados por un régimen que arreciaba su persecución contra sacerdotes, líderes sociales y cualquier disidente.

La tensión diplomática se tornó insostenible en marzo de 2023, cuando en una entrevista con el medio argentino Infobae, el Papa calificó al régimen de Ortega como una “dictadura grosera” y, sin mencionarlo directamente, habló de un “desequilibrio de la persona que dirige” Nicaragua, en clara alusión a Daniel Ortega. Estas declaraciones marcaron un antes y un después: pocos días después, Managua rompió relaciones diplomáticas con el Vaticano.

El distanciamiento ya se venía fraguando desde la expulsión del nuncio apostólico Waldemar Sommertag en 2022, en un acto que evidenció el cierre total del régimen a cualquier interlocución con la Santa Sede. Desde entonces, las acciones represivas contra la Iglesia se intensificaron.

El caso más emblemático ha sido el del obispo de Matagalpa, monseñor Rolando Álvarez, arrestado en agosto de 2022 tras resistirse a un exilio forzado. Condenado por delitos fabricados y confinado durante meses en condiciones inhumanas, su imagen se convirtió en símbolo de la persecución religiosa en Nicaragua. A pesar del silencio inicial del Vaticano sobre su caso, el papa Francisco siguió de cerca su situación y, según fuentes eclesiásticas, intervino directamente en negociaciones para su liberación, que finalmente ocurrió en enero de 2024, junto a un grupo de sacerdotes exiliados a Roma.

Pero el gesto más contundente del Papa hacia el pueblo nicaragüense fue su carta del 2 de diciembre de 2024. En ella, escribió: “La libertad nadie nos la puede arrebatar”. Era una clara alusión al sufrimiento de los religiosos encarcelados y al pueblo bajo represión.

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El régimen, fiel a su estilo, reaccionó con hostilidad. Rosario Murillo, vocera del régimen, atacó públicamente a la Iglesia tildándola de “instrumento de la oscuridad” y acusándola de promover el odio. La narrativa oficial no cambió: para el régimen, la Iglesia es un enemigo político.

Hoy, tras la muerte de Francisco, los nicaragüenses que aún resisten dentro y fuera del país recuerdan al pontífice no solo como un líder espiritual, sino como una de las pocas voces internacionales que, con claridad y valor moral, enfrentó la represión en Nicaragua. No fue inmediato ni constante, pero sí significativo en los momentos más duros.

El legado de Francisco en Nicaragua quedará marcado por su solidaridad con una Iglesia perseguida, su denuncia de la represión y su reconocimiento del sufrimiento de un pueblo que sigue clamando libertad. Frente a una dictadura empeñada en sofocar toda disidencia, su voz nunca fue cómplice.

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