A cuarenta años de distancia
Padecimos una larga guerra provocada por torpes, delirantes y ávidos “revolucionarios”, con su secuela de muertes, destrucción y odio. No existen para la mara leyes, compromisos e instituciones.
- julio 18, 2019
- 02:42 AM
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Padecimos una larga guerra provocada por torpes, delirantes y ávidos “revolucionarios”, con su secuela de muertes, destrucción y odio. No existen para la mara leyes, compromisos e instituciones.
Por MOISÉS HASSAN
MANAGUA — A cuarenta años de la caída del dictador Anastasio Somoza Debayle es evidente que Nicaragua está siendo atropellada por una nueva dictadura aún más corrupta, inepta e irrespetuosa de la dignidad y derechos de los nicaragüenses que la que a costa de tanta sangre y sacrificios se logró erradicar el 19 de julio de 1979. Una dictadura que empezó a gestarse casi de inmediato, aunque la felicidad y el éxtasis que embargaron a la inmensa mayoría de los ciudadanos por largo rato impidieron que ello fuera percibido con la suficiente claridad.
Pese a que hubo al menos dos prontos y abiertos indicios: como aves de rapiña, cientos de “revolucionarios”, violando ley expresa de la Junta de Gobierno, cayeron sobre bienes que habían pertenecido a somocistas, a indiferentes, y aún a colaboradores de la guerrilla. Especial afición mostraron estos “revolucionarios” por lujosas mansiones, quintas veraniegas, y elegantes vehículos. La “piñata” había comenzado, la corrupción y el irrespeto a la ley empezaron a asomar su torva faz.
La otra señal fue aquella que se emitía cada vez que, en concentraciones y eventos de todo tipo, se escuchaba el grito: ¡Dirección Nacional!, al que los presentes en coro respondían: ¡Ordene! Esto es, ese órgano se reservaba el derecho a pensar y tomar decisiones, las cuales debían ser sumisamente acatadas por una ciudadanía a la que pretendían reducir a la condición de borregos.
Es interesante analizar las diferentes etapas por las que ha pasado el poder político en esta larga dictadura. Durante la dictadura inicial, que duró hasta abril de 90, fue ejercido por la mencionada Dirección Nacional en la cual, aunque no lo reconocieran en público, la mayor cuota pertenecía a los hermanos Ortega, seguidos a prudente distancia por Tomás Borge. Los restantes miembros, con una sola excepción, eran más bien colaboradores de alguno de estos, a cambio de beneficios que incluían una importante cuota de poder dentro de cierto ámbito, claramente definido para cada uno de ellos.
Incidentalmente, fue esa distribución del poder, existente desde antes de la caída de Somoza, lo que determinó que Daniel Ortega, el más apagado de los tres y por tanto el que menos recelos despertaba entre sus colegas, fuera el escogido para asumir el cargo de mayor proyección y potencial político: el de miembro de la Junta de Gobierno. Con lo que se convirtió en el candidato natural del Frente cuando hubiera elecciones presidenciales.
La siguiente etapa fue engendrada por la rebelión de miles de ciudadanos, mayoritariamente irritados campesinos, entre los que figuraban muchos luchadores contra el somocismo. Rebelión que contó con el apoyo político, organizativo y logístico de un Washington, decidido a impedir que la “revolución” nicaragüense, socia ya de Moscú, se extendiera -para empezar- a Centroamérica. Fue esta la guerra de la Contra, que concluyó cuando, cansados Washington y Moscú, forzaron a sus respectivos ahijados a llegar a acuerdos; Ortega fue obligado a convocar a elecciones adelantadas en las que fue derrotado, todos lo sabemos.
Así, pues, una nueva etapa se inició cuando Ortega hizo forzosa la entrega de la banda presidencial. La banda, no el poder. Pues ocurrió que el yerno de la triunfadora (Violeta Barrios de Chamorro) tenía años de pertenecer al séquito de los Ortega, quienes por ello no tuvieron dificultades en conseguir que, a cambio de la promesa de llevarlo como candidato presidencial en 1996, y una modesta cuota de poder, convirtiera a su suegra en títere de los hermanos. Los restantes miembros de la Dirección, no siendo partícipes de los arreglos con el yerno, tuvieron que escoger entre permanecer, reducidos a subordinados, o, silenciosamente, hacer mutis. Cada cual hizo lo suyo.
Quien escribe esto fue el único diputado independiente en la Asamblea Nacional elegida en 1990; desde ahí pude ver como Daniel Ortega, con el apoyo ilusionado del yerno de Violeta Barrios, decidía qué se aprobaba y qué se rechazaba; pude ver como la burda autoamnistía que se había otorgado el Frente Sandinista antes de entregar la Presidencia era derogada y sustituida por la primera ley que dictó la nueva Asamblea, invulnerable desde el punto de vista estrictamente legal; cómo la “piñata” era protegida y consolidada; cómo importantes empresas estatales eran privatizadas a precios simbólicos a favor de los aliados; conocí el reporte de la CIAV-OEA, que informaba del asesinato de cerca de trescientos miembros públicos de la Contra, sin que nadie fuera sancionado; delante de mí pasó la amnistía para “Pedrito el hondureño”, delincuente que saqueó los bancos de Estelí y asesinó a decenas de pobladores.
Todo había cambiado para que casi nada cambiara. Casi, porque al final de esta etapa, Daniel, con la eficaz ayuda de su controlada Asamblea y el yerno, se quitó de encima la competencia que le hacía su hermano Humberto, lo defenestró. Y se tornó en el dueño único del Frente.
La subsecuente etapa surgió en 1996, como resultado de las elecciones de ese año en las que, era claro, sólo había dos posibles vencedores: Ortega y Alemán. Si Ortega triunfaba, el poder era abrumadoramente suyo; en cambio, Alemán sabía que, de triunfar, tendría que enfrentar al nada despreciable poder acumulado por su rival entre 1990 y 1996. Y ese mismo año los malhechores decidieron que era preferible repartirse el botín que enfrascarse en un rudo combate. Pactaron. Y la nueva etapa se abrió.
Dicen quienes tienen interés en ocultar la historia, o la ignoran, que este pacto ocurrió en 1999 porque ese año aprobaron las conocidas reformas constitucionales que beneficiaban a ambos, como si estas reformas hubieran brotado instantáneamente, como si no tuvieron que ser precedidas por prolongadas negociaciones. Además, curiosamente, durante el período 1997 a 2001 ninguno de los dos presuntos enemigos acusó de nada grave al otro; tantos delitos como ambos cargaban; y, un detalle insignificante, ese 1996 Ortega entregó la Alcaldía de Managua al designado por Alemán cuando, promoviendo simultáneamente a dos candidatos del Frente, dividió sus votos.
Finalizada esta etapa en enero 2002, la siguiente empezó a gestarse cuando Enrique Bolaños decidió pasarle la cuenta a Alemán. Y, aliándose con Ortega, en diciembre de 2002 consiguieron que la Asamblea desaforara al expresidente Alemán, y que un año después fuera condenado a 20 años de prisión. Haciéndolo pasar de socio a rehén y convirtiendo a Ortega, a partir de 2003, en el hombre más poderoso del país. Que además, desde octubre de 2002, mediante chantajes tenía sometidos a Miguel Obando y Roberto Rivas y, por ende, al Consejo Supremo Electoral (CSE).
En adelante, todo fue sencillo: en 2006 el preso Alemán fue conminado a dividir los votos del antiorteguismo; el principal rival de Ortega reconoció apresuradamente su derrota; y el CSE ni necesitó contar todos los votos. Así se hizo Ortega del poder absoluto, dejó de tener socios. Sin que nadie lo retara hasta que nuestro pueblo, encabezado por valientes estudiantes y campesinos, a quienes rindo homenaje, ese glorioso 18 de abril de 2018 abrió la actual etapa de nuestra historia.
Cuarenta años después, solo hay en América un país más pobre que Nicaragua; antes había cuatro. La corrupción, pavorosamente extendida, exacerbada, y promovida, es un instrumento de la mara dictatorial para enriquecerse y comprar conciencias. Y esta corrupción, combinada con la ineptitud, nos tiene convertidos en un país limosnero.
Padecimos una larga guerra provocada por torpes, delirantes y ávidos “revolucionarios”, con su secuela de muertes, destrucción y odio. No existen para la mara leyes, compromisos e instituciones. La represión y las violaciones a los derechos humanos en cada momento han alcanzado el grado de bestialidad que ella ha considerado le conviene. Nuestros recursos naturales están siendo vorazmente arrasados. La educación es vista como un instrumento para manipular y adoctrinar a niños, jóvenes y maestros. Y el país entero está en venta, esperando aventureros que lo quieran comprar. Aquí paró.
Los nicaragüenses dignos y decentes tienen una ardua tarea por delante: erradicar a la mara; hacer justicia, no más impunidad disfrazada de “reconciliación”; y empezar a construir la Nicaragua soñada por la que tantos patriotas han dado la vida.
El autor fue miembro de la Junta de Gobierno de Reconstrucción Nacional, que se instauró tras el triunfo de la Revolución sandinista en 1979. Actualmente es presidente del Partido Acción Ciudadana (PAC).
Nota: El presente artículo es responsabilidad exclusiva de su autor. La sección Voces es una contribución al debate público sobre temas que nos afectan como sociedad. Lo planteado en el contenido no representa la visión de Despacho 505 o la de su línea editorial.