Carta abierta a los jóvenes azul y blanco
Ahora el desafío inmediato que tienen es unirse y contribuir a la unidad de todos para salir de esta tragedia lo más pronto.
- agosto 05, 2020
- 03:00 AM
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Los viejos de hoy también fuimos jóvenes. Y menciono esto, aunque sea algo evidente, porque esta carta trata precisamente de eso: que desde nuestra mirada retrospectiva — o por lo menos la mía — poder hablarles a ustedes, jóvenes de hoy, viejos de mañana.
Pertenezco a la generación que escuchaba a Santana, a Janis Joplin, que deliberaba con Joe Cocker y con los Rollings Stones, esos ancianos de hoy que siguen llenando estadios.
Crecimos admirando al Che Guevara y oíamos de una revolución en Cuba. Vimos y celebramos la salida despavoridas de las tropas estadounidenses de Saigón aquel 30 de abril de 1975.
Soy de la generación de nicaragüenses que derrocó al somocismo, que fuimos muchos. ¿Cuántos ? Nunca nadie supo. Hay especulaciones, pero certeza ninguna. Crecimos como una marea para llegar a estar en todas partes. Nos reuníamos en cualquier lugar: en un motel, en un cementerio, en un bar, en la calle, en una mansión, en nuestras casas, en el local del sindicato, en la escuela, en la iglesia, en la intemperie o cobijados en la noche.
Llegamos a ser una desafiante infinitud de brazos, de rostros, de nombres, de formas: palabra, pinta, volante, secreto, buzón, grito, disparo, discurso, canción, lluvia, tormenta. Habitantes todos del compromiso y de la esperanza. Luchábamos por el futuro, un futuro que después sólo imaginaríamos. Éramos jóvenes imberbes la mayoría, pero había también viejos. Intelectuales, obreros, curas, pastores, machistas,campesinos, neófitos, pretendidos redentores, veteranos, futuros arrepentidos, estudiantes, desempleados, buscavidas, lúbricos, puritanos,locos, cuerdos.
¿Por qué lo hacíamos? Porque sencillamente queríamos vivir tranquilos, sin que las patrullas de la guardia nos golpearan, encarcelaran o asesinaran, ansiábamos poder estudiar y divertirnos sin riesgos, anhelábamos la certeza de un porvenir distinto. Estábamos hartos de los controles, de la violencia que el sistema nos propinaba, queríamos ser escuchados sin censura, hablar libremente de sexo, de economía, de la política, de la vida, del amor y sobre lo que nos diera la gana sin ocultar nuestras opiniones. Llegar a adultos y no vernos obligados a pertenecer a un partido para conseguir empleo. Nadie pensaba en diputaciones ni cargos. Queríamos vivir sin ataduras, no más. Estas aspiraciones seguro les son familiares a ustedes, jóvenes de hoy.
La lucha nos envolvió en un torrente. Algunos sufrimos cárcel y tortura, otros murieron. Y después que creímos haberlo logrado todo, vinieron nuevos retos, nuevas dificultades. Otra guerra.
En el devenir cada quien tomó el propio camino. Unos continuamos en el afán de lograr un mejor país, otros se dedicaron a estudiar y se formaron profesionalmente, otros a hacer dinero, otros exclusivamente a formar y cuidar sus familias, otros se corrompieron, algunos se hicieron delincuentes y asesinos.
Aprendí una lección: ser partícipe de una lucha heroica, no inmuniza contra los vicios y males que hay en la sociedad.
La “juventud” es un concepto muy amplio y por eso mismo, impreciso. Existen jóvenes, personas jóvenes con muchas aspiraciones comunes ciertamente, pero también con muchas diferencias que dependen de su situación social, familiar y económica, de su nivel educativo. Y existen organizaciones juveniles que representan o tratan de representar a determinados grupos de jóvenes. Mientras mejor lo hagan, mejor, pero nunca será posible que representen a la juventud de manera total, eso es solo típico de regímenes u organizaciones totalitarias
Pero también es necesario reconocer que la condición biológica de joven, no es garantía de nada. Los dictadores no nacieron viejos. Hay experiencia de jóvenes dictadores que cometieron hechos abominables en sus países. Somoza Debayle tenía 31 años cuando dirigió en 1956, una de las jornadas de represión más sangrientas en nuestra historia, luego del ajusticiamiento de su padre. Jean-Claude Duvalier, a los 20 años, en 1971, asumió el poder en Haití y dio continuidad al régimen de terror impuesto por su padre.
En la guardia de Somoza, la mayoría era jóvenes, cipotes y muchachos como muchos de nosotros entonces. O vean ustedes la edad promedio de los grupos de choque del orteguismo. Daniel Ortega en 1979 tenía 35 años.
En sentido contrario, se pueden encontrar viejos que en su ejercicio político han sido radicalmente progresistas y democráticos.
En el transcurso de la lucha contra el somocismo no todo fue fácil. No lo era la lucha contra la dictadura claro está, y durante mucho tiempo también debatimos, agriamente incluso, sobre el mejor camino, el más efectivo, para salir del somocismo. En mi memoria guardo debates de antología en los pasillos, aulas y auditorios universitarios. Debates que eran de altura y en los que todos teníamos un poco de razón y todos aprendíamos. Esos “pleitos” llegaron a su fin, cuando la impostergable necesidad de la unidad se impuso como vital. O nos uníamos o la dictadura se prolongaría quién sabe cuánto tiempo más.
Pero hay algo más. Esos debates eran en alguna medida de las cúpulas. En los barrios, en el campo, la gente -incluyo a los jóvenes por supuesto- practicaba y demandaba la unidad. Se practicaba en casas de seguridad, en acciones conjuntas o como me dijo una vez un dirigente guerrillero, “ustedes se pelean y nosotros en el monte nos prestamos armas e intercambiamos tiros”.
También cometimos errores. Muchos
El primero es que después de aquella hazaña de derrocar al somocismo, muchos callamos ante los errores y abusos que se cometían, incluso por otros jóvenes. Callamos por miedo, por complicidad, por comodidad o porque creímos que después habría tiempo para corregirlos. Ese después se hizo tarde y cada quien de mi generación deberá ver lo propio y si es necesario rendir cuentas.
También cometimos el error de deificar a los dirigentes. Y el endiosamiento de los líderes, pasa por diferentes etapas, desde decirles que todo está bien hasta delegar en ellos que piensen por uno mismo, o el más repudiable para mí, el servilismo.
El escritor Ernest Miller Hemingway, recomendaba a los escritores jóvenes contar al escribir con un “detector de mierda”. Creo que el consejo es válido -más allá del lenguaje procaz- para los jóvenes políticos. Y úsenlo para afuera y para dentro, eso es indispensable para que la juventud pueda ser una fuerza vigorosa y efectivamente renovadora de Nicaragua y de la política nicaragüense.
Entre los jóvenes de hoy están quienes seguramente dirigirán la reconstrucción de una Nicaragua democrática. Pero ¡ojo!, también pueden estarse incubando los futuros somozas u ortegas.
Otro consejo. Eviten verse en espejos de aumento. Es un craso error en política. Distorsiona los rostros y el entorno. Engañan.
Hay que ser como el bambú: fuerte y flexible.
Peleen, peleen y peleen por lo que creen, cuando lo hagan estén conscientes de su fuerza real: ni la sobrevaloren ni la subestimen
No se dejen seducir por ofrecimientos de quienes guardan los puñales en los bolsos.
Estudien, estudien, estudien. Es necesario para que los jóvenes azul y blanco, cumplan el papel que han jugado en la lucha contra el orteguismo y ante los desafíos que coronar esa lucha exige y para lo que viene después.
Identifiquen bien al adversario, que es, claro está, el orteguismo. Este no es un pleito contra los viejos.
Ahora el desafío inmediato que tienen es unirse y contribuir a la unidad de todos para salir de esta tragedia lo más pronto.