Valentina

En este aniversario, saludo a Valentina, a su arrojo y a la alegría con que persiguió la libertad.

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  • abril 17, 2020
  • 02:39 AM

En este aniversario, saludo a Valentina, a su arrojo y a la alegría con que persiguió la libertad.

MANAGUA — Las balas se oían desde mi casa, que está a quince minutos de la ciudad, en la zona alta de Managua. A la par de las balas, mi móvil se iba llenando de videos, de fotos. Era el día en que la dictadura ordenó asaltar la Universidad Nacional Autónoma de Nicaragua, en su sede principal en Managua. La UNAN había sido tomada y ocupada durante casi dos meses por jóvenes en protesta por la dictadura de Ortega y como reclamo al derecho a la Autonomía Universitaria. 

Paramilitares, armados con fusiles de guerra, binoculares, radios y toda la parafernalia militar se enfrentaron esa noche con jóvenes armados con piedras y morteros caseros. Las barricadas que los universitarios habían construido con adoquines y que protegían día y noche fueron cayendo y los muchachos se fueron replegando hacia dentro del recinto. El ataque era una acción militar y entre los estudiantes las pocas armas que algunos habían introducido eran a lo sumo una pistola y varias pistolas artesanales. La desventaja de los estudiantes era absoluta. 

Yo sólo podía pensar en Valentina, la hija de mi amiga Nelba. Hacía unos pocos días, después que me llamó para pedirme algunas vituallas, logré llegar a las afueras de una de las barricadas de la UNAN para llevarle provisiones, pero sobre todo para comprobar que estaba bien. Su mamá había muerto y de vez en cuando las amigas llamábamos o le escribíamos a Valentina para saber cómo estaba. Ese día la vi contenta. Me dijo que su puesto era la barricada Arlen Siu, una de las más expuestas de las muchas que habían construido los estudiantes para impedir el paso de la policía.

Era mediados de julio, 2018. Desde abril, la población de Nicaragua se había alzado espontáneamente contra el régimen de Daniel Ortega y Rosario Murillo. El país entero manifestaba su voz de repudio y su solidaridad desde que la dictadura atacó con violencia a jóvenes que protestaban por una reforma a la Ley de Seguridad Social y que fueron vapuleados por fuerzas de choque, a la vista y paciencia de la Policía Nacional. La paliza del 18 de abril, fue sólo el preludio para que francotiradores iniciaran al día siguiente la matanza premeditada de los estudiantes que se habían protegido, refugiándose en una universidad privada, la UPOLI.

A medida que los militares del régimen fueron matando estudiantes, con balas certeras que los alcanzaban en la cabeza y en el torso, balas tiradas a matar, el pueblo, todos, nos vimos trasladados en una perversa máquina del tiempo hacia la época de la dictadura somocista que durante 45 años dominó y reprimió a los nicaragüenses sin piedad.

GENERACIÓN EN REBELDÍA

La generación en rebeldía no había vivido la lucha cruenta por derrocar ese tirano, pero conocían la historia de boca de sus padres, muchos de los cuales habían sido combatientes sandinistas. Que Daniel Ortega, en nombre del FSLN, actuara como Somoza, que agrediera con crueldad y violencia inusitada a su propio pueblo, desató la rabia popular contenida.

El descontento hacia Ortega había ido creciendo a medida que creció su labor de zapa de las instituciones, de la Constitución, a medida que mostró que por aferrarse al poder pasaba por encima de la ley y del marco constitucional del país, haciendo elecciones fraudulentas para al fin hacerse con suficientes miembros de su partido en la Asamblea Nacional, para reformar la Constitución, decretarse la reelección indefinida y menospreciar las regulaciones que le impedían elegir a su mujer (Rosario Murillo) como vicepresidenta. Lo de abril fue la gota que derramó la copa de la iniquidad.

Esa noche del ataque a la UNAN fue uno de los momentos más angustiosos que se vivió en Managua. Muchas más personas murieron en ataques a otras ciudades, pero la cantidad de gente y periodistas que fueron testigos de la situación en el recinto universitario más grande del país, hizo que la atención se desbordara y que los hechos de esa noche se conocieran paso a paso. Los universitarios que pudieron fueron saliendo de las aulas y edificios ocupados y se refugiaron en la Iglesia de la Divina Misericordia, a pocos metros de la universidad. 

Entrampado allí con ellos quedó incluso un periodista del Washington Post, que pudo contar lo que vio. Un estudiante fue herido en la cabeza por las balas que no dejaron de disparar los paramilitares contra la Iglesia. El chico, Gerald Vásquez, agonizaba, pero la dictadura no permitió la entrada de la ambulancia que solicitó el sacerdote a cargo de la parroquia. Lo vieron morir sus amigos, rodeándolo y llorando sin consuelo de miedo y de dolor. A Gerald también lo vimos los que no estábamos dentro, a través de los celulares que nos contaron lo que pasaba dentro de la iglesia. Fue una agonía colectiva, una agonía donde la impotencia y la incredulidad de que la dictadura impidiera la atención médica del herido, se mezcló con la desesperación y la rabia.

REBELIÓN HEROICA

Valentina no aparecía por ninguna parte. No contestó mis llamadas, sino hasta el día siguiente. “Tía, no se preocupe. Estoy bien”. Mi esposo fue a buscarla cuando, con la mediación de la iglesia, el régimen permitió que unos buses sacaran a los estudiantes del recinto y la iglesia y los llevaran a la Catedral para ser entregados a sus familiares. La encontró con sus amigos. Sana y salva. 

La feroz represión que apagó el fuego de esa rebelión heroica y desarmada de la juventud nicaragüense, que resultó en 350 muertos, 100,000 exiliados, cientos de reos políticos de los que aún hay 70 sin liberar, sacudió la esperanza y para muchos jóvenes significó la muerte de sus ilusiones de cambio. Valentina volvió a su casa, fue hostigada y vigilada sin descanso. Esto la aisló de su grupo con quien vivió las horas más intensas de sus veinte y tres años. Pasó el tiempo y la represión prohibió las marchas. Los que pudieron salir, se fueron de Nicaragua. Esa muchacha valiente, inteligente, que apostó todo a ese momento de lucha, cayó poco después, víctima de la crueldad de las circunstancias y de ese corazón que decidió no vivir más atrapada en la sórdida realidad de una dictadura. 

En este aniversario, saludo a Valentina, a su arrojo y a la alegría con que persiguió la libertad. Para ella y esos cientos de jóvenes que dieron sus vidas, va mi profundo respeto, va mi compromiso y el de muchos de que sus muertes no sean en vano.

La autora es escritora y poetisa nicaragüense.

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