Llegó la hora de la Igualdad en América Latina y el Caribe: con urgencia y sin retraso

La desigualdad es la causa principal del desencanto que atraviesa a la ciudadanía de la región ante una clase política atónita que no alcanza a entender que el modelo de desarrollo actual es insostenible.

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  • noviembre 07, 2019
  • 03:41 AM

La desigualdad es la causa principal del desencanto que atraviesa a la ciudadanía de la región ante una clase política atónita que no alcanza a entender que el modelo de desarrollo actual es insostenible.

El pasado 24 de octubre conmemoramos el 74 aniversario desde la entrada en vigor de la Carta de las Naciones Unidas. Se trata del esfuerzo multilateral más articulado que el mundo haya realizado, tras el horror de dos guerras mundiales, en la búsqueda de la resolución pacífica de conflictos, del desarrollo y el bienestar para nuestros pueblos.

Hoy, cuando transitamos el ineludible camino hacia el desarrollo sostenible, es más urgente que nunca reafirmar que la igualdad debe ser motor del desarrollo regional y estrategia para cerrar las brechas estructurales que se han profundizado en América Latina y el Caribe.

Vivimos en nuestra región un cambio de época. Un cambio que exige una transformación de nuestro estilo de desarrollo que se funda en el fortalecimiento de la democracia, las libertades, el multilateralismo, la paz, la igualdad, los derechos humanos y la sostenibilidad.

La región continúa siendo la más desigual del mundo, y si bien la primera década de este siglo estuvo marcada por avances en la reducción de la pobreza y la desigualdad de ingreso, quedan muchas brechas por cerrar para poder abordar desde sus causas las diversas caras de la desigualdad como las de riqueza, territoriales, de género, etnia y raza. Las cifras del coeficiente de Gini, que mide la concentración del ingreso, son reveladoras en este sentido.

El problema no es tan solo la pobreza. La desigualdad es la causa principal del desencanto que atraviesa a la ciudadanía de la región ante una clase política atónita que no alcanza a entender que el modelo de desarrollo actual es insostenible.

Los rezagos estructurales en esta segunda década han quedado más evidentes que nunca en materia de productividad, de extractivismo, de evasión fiscal, de abusos y corrupción. Los gobiernos han optado por medidas de austeridad con recortes en el gasto social y baja inversión, limitando además los derechos laborales. Se han transversalizado los abusos de tal manera que el tráfico de influencias entre el poder económico y el político se ha generalizado en todo el espectro ideológico.

Es urgente hacer del conocimiento y comprensión de la desigualdad una prioridad de los Estados y los organismos internacionales. Es necesario renovar el pensamiento y la métrica sobre las desigualdades. Es necesario dejar atrás los convencionalismos en la medición de las desigualdades, medir en serio la riqueza y la extrema riqueza, no sólo la pobreza y la extrema pobreza. Ir mucho más allá de los coeficientes de Gini medidos a partir de encuestas de hogares en las que no están las grandes fortunas. Incorporar la desigualdad en la propiedad y no sólo en el ingreso.

En Chile, por ejemplo, con un PIB per cápita de 25 mil dólares al año, la mitad de los trabajadores recibe un sueldo inferior a los 550 dólares al mes y prácticamente todos los servicios -educación, salud, medicamentos, transporte, electricidad, agua, etc.- impactan en los salarios. En términos de patrimonio, el 1% más rico detenta el 26,5% de la riqueza, y el 10% más rico concentra el 66,5%, mientras el 50% más pobre accede a un magro 2,1% de la riqueza del país.

La desigualdad no solo se manifiesta en la distribución del ingreso, sino también en una multiplicidad de ámbitos como el trabajo decente, la educación, la salud, el acceso a servicios básicos de calidad y a la protección social, en el uso de nuevas tecnologías, en la participación política y en el derecho a vivir en un medio ambiente limpio, por nombrar algunos.

Erradicar la cultura del privilegio que caracteriza a América Latina y el Caribe requiere abordar la desigualdad en el ingreso y en la distribución de la riqueza, así como la evasión fiscal, que representa 340.000 millones de dólares al año en la región (6,7% de su PIB).

Requiere abordar a fondo la igualdad de género porque las mujeres tienen menos posibilidades de participar en el mercado laboral debido a la alta carga de trabajo doméstico no remunerado. Su tasa de actividad es 24,2 puntos porcentuales inferior a la de los hombres. Las brechas en capacidades humanas menoscaban el desarrollo pleno de las personas y son ineficientes: 40% de los jóvenes de 20 a 24 años no concluyeron la secundaria y persisten las desigualdades étnicas.

Duele y preocupa que, tras años de tendencias a la baja con políticas progresivas sociales y laborales, en la región hay aún 184 millones de personas viviendo en la pobreza, de las cuales 62 millones viven en la extrema pobreza.

No dejar a nadie atrás significa centrar la atención en las diferencias entre los diferentes grupos de población y zonas de residencia: la pobreza es 20 puntos porcentuales más alta en las zonas rurales, mientras que la tasa de pobreza entre los niños y adolescentes hasta los 14 años es 19 puntos porcentuales más alta que entre los 35 y los 44 años.

Esta realidad estalla hoy en malestar en los pueblos de nuestra región y nos demanda a escuchar sus voces y a construir propuestas de desarrollo que los incluya a todas y todos, que se basen en sus derechos y que reconozcan igual dignidad a cada una y cada uno.

Reconozcamos al fin que el actual estilo dominante de desarrollo es inviable y produce, además, un desarrollo escaso y distorsionado por tres motivos fundamentales: porque produce poco crecimiento, porque genera y profundiza desigualdades y porque es ambientalmente destructivo. Un estilo de desarrollo que alentó expectativas de movilidad social y progreso y por ello, ante su fracaso, hay gran exasperación, impaciencia y desencanto hacia toda la clase política, especialmente en los jóvenes.

Lo hemos dicho y lo repetimos: la desigualdad es ineficiente, se reproduce y permea el sistema productivo. Por el contrario, la igualdad no es solo un principio ético ineludible sino también una variable explicativa de la eficiencia del sistema económico a largo plazo. Debemos reconocer que las desigualdades son más profundas, duraderas, inelásticas y resilientes de lo que usualmente pensamos y asumir la urgencia de un nuevo curso de políticas y una nueva institucionalidad cuyo propósito medular sea encararlas y superarlas.

Se abre para la región la oportunidad de un quiebre civilizatorio en donde se replanteen los pactos sociales con amplia participación ciudadana y con una mirada de mediano y largo plazo.

Llegó la hora de la igualdad y de un nuevo estilo de desarrollo. Es hora de replantear los pactos sociales y superar un modelo económico basado en la cultura del privilegio que prioriza el interés privado sobre el público, el capital sobre el trabajo, la acumulación sobre la redistribución, el crecimiento sobre la naturaleza, los privilegios sobre los derechos, la diferenciación social sobre la igualación, las jerarquías sobre las relaciones horizontales.

Hoy, tanto las Naciones Unidas como la CEPAL han de redoblar sus esfuerzos para construir propuestas basadas en evidencia que permitan superar el lastre de la desigualdad y que entreguen a nuestros pueblos la dignidad que merecen.

Nota: El presente artículo es responsabilidad exclusiva de su autor. La sección Voces es una contribución al debate público sobre temas  que nos afectan como sociedad. Lo planteado en el contenido no representa la visión de Despacho 505 o la de su línea editorial.

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