Edgard Parrales, sacerdote rebelde que defendió la revolución como embajador y fue llevado a prisión por aconsejar al régimen

Fue secuestrado en noviembre del año pasado por civiles que no se identificaron como policías. Tras 94 días de cárcel y 79 años de vida está bajo arresto domiciliar.

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  • febrero 28, 2022
  • 01:23 AM

Edgard Parrales tuvo cinco puestos en el primer gobierno de Daniel Ortega en los años 80 y nunca habló con él, más de lo necesario. “Del saludo no pasamos”, dijo una vez en una amplia entrevista sobre su vida.

Cuando lo vio por primera vez, muchos años antes, Ortega era un tipo flaco, de bigote ralo, cuyo rostro no ocultaba los estragos de su largo encierro y él, un sacerdote que acompañaba a una delegación de la Cruz Roja para ver la situación en las que estaban los presos políticos en manos de la dictadura de Somoza. Irónicamente, Ortega es hoy su carcelero y él un preso político.  

Doña Carmen Dolores Córdova dice a DESPACHO 505 que prefiere no hablar sobre la  situación actual de su esposo Edgard. Ella y su familia han pedido un trato más humano para el preso de conciencia y este jueves, el Ministerio Público por fin se conmovió y aceptó enviarlo a casa por “razones humanitarias”. Es un hombre de 79 años y una operación de intestino que requirió hace unos años, lo obliga a una alimentación balanceada y otros cuidos adicionales para evitar recaídas.

El Centro Nicaragüense de Derechos Humanos (Cenidh), alertó a finales de noviembre pasado que Parrales, se encontraba aislado, incomunicado totalmente sin los cuidos médicos requeridos para sus condiciones de salud. Exigió la libertad de él y el resto de presos políticos a quienes el régimen acusa de atentar contra “la integridad y la libre determinación” del país.

EL PADRE EDGARD

Edgard Francisco Parrales Castillo nació en Managua el 16 de noviembre de 1942, hijo de un modesto paramédico capitalino, Francisco Arturo Parrales Castillo y Dominga Margarita Castillo Mora. Sobre su madre, el mismo Parrales Castillo la describiría como una mujer hábil para los negocios, especialmente el de bienes raíces al que se dedicó hasta que se vio obligada a irse a Estados Unidos, donde falleció en 1999.

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Edgard Parrales sintió mucho la muerte de su madre, no solo porque fue toda la vida apegado más a ella, sino porque en los días que antecedieron a su fallecimiento, él estuvo cerca. Fue doña Dominga la primera en apoyarlo cuando anunció que quería ser sacerdote. Cuando la madre enfermó, él viajó a Estados Unidos a verla. La cuidó por varios días y se regresó dejándola con una leve mejoría. A la semana y media, sus hermanos le llamaron para darle la mala noticia. Cuatro años después, su padre también falleció. Aunque Parrales tenía una formación espiritual comprobada, admitió que se vio afectado con las pérdidas.

A los 13 años, un Edgard adolescente le dijo a su madre que estaba listo para entrar a un internado y vestir una sotana para siempre. Quería ser sacerdote.  Antes, recogió todos los juguetes que le quedaban, los apiñó en un solo lugar y dijo: “regálelos”. En el Seminario Nacional estuvo ocho años. Allá jugó futbol y obtuvo según él, el mejor trabajo que pudo desear: fue bibliotecario.  

“Edgard leía bastante”, dice un profesor que compartió aulas universitarias con él.  Y es cierto. Parrales tiene en su casa una nutrida biblioteca y decía que sus libros, eran un tesoro sin precio para él. Tomaba la lectura con la misma seriedad que las reglas del internado. Siempre fue un estricto cumplidor de las restricciones con las que había que lidiar dentro y fuera del Seminario donde se preparó para el sacerdocio durante ocho años, solo interrumpidos por 15 días de vacaciones cada 365 días.

Para sus estudios superiores fue enviado a Roma, un país al que llegó en una tarde de clima gris, bajo una lluvia helada. Ingresó a la Universidad Gregoriana de Roma, Italia en 1961 y se graduó en Filosofía y Cultura del hombre en 1964. Después estudió Teología hasta 1968. La primera misa de su vida la celebró en Roma. Al volver al país como el padre Edgard, hizo su primera eucaristía en la Iglesia del Perpetuo Socorro, ubicada en las cercanías al Campo Marte. El templo se desplomó con el terremoto de 1972.  

EL DIA QUE CONOCIÓ A ORTEGA

Edgard fue nombrado oficialmente párroco de esa iglesia y por su cercanía al complejo de instalaciones del Campo Marte, donde funcionaba también la cárcel El Hormiguero y donde Somoza también mantenía a presos políticos, fue llamado a integrar con la Cruz Roja una comisión para ver las condiciones de los detenidos. Fue el día que conoció a Daniel Ortega.

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Luis Armando Guzmán Luna, apodado el “Chiri” Guzmán, otro antiguo guerrillero urbano fallecido de muerte natural el año pasado y un excompañero de facultad en la UNAN, guardaba prisión junto a Lenín Cerna, Carlos Guadamuz y un enclenque Ortega. Guzmán reconoció a Parrales de inmediato y lo llamó por su apellido. El padre estrechó las manos de los presos políticos, que por entonces se contaban por montón, de modo que el encuentro no significó nada entonces y aquellos nombres eran solo letras juntas, nada más.  

Sin templo, tras el terremoto, el entonces sacerdote celebraba misa en casas particulares, hasta que logró un terreno cerca de la Universidad Centroamericana (UCA), y fundó allá la iglesia Santa Marta, en el Reparto San Juan.

Parrales decidió estudiar leyes y se inscribió en la Universidad Nacional Autónoma de Nicaragua (UNAN), hasta graduarse en 1975, en tiempos en que el país era un polvorín por la guerra civil para derrocar a la dictadura de Anastasio Somoza. El cura nunca dudó en integrarse a la rebelión.

Los últimos días antes de la caída de Somoza, Parrales estaba en una lista de rebeldes buscados en Managua, por lo que pasó casi todo junio de 1979 trasladándose de una casa de seguridad a otra. Solo pudo dejarlas el 19 de julio, el día que los guerrilleros liberaron Managua y entraron victoriosos. “Ese fue un gran día para todos”, recordaría Edgard en una entrevista pasada.

CAMBIOS "BRUSCOS"   

Como muchos en Nicaragua, estaba convencido que estaba del lado correcto de la historia, tanto así que cuando los obispos lo llamaron a él y a varios sacerdotes más a decidir si hacer vida dentro de la política o dedicarse a la vida religiosa, él no la pensó mucho. “Escogí la vida política”, recordó.

En aquel Frente Sandinista asumió ser subdirector general del Instituto Nicaragüense de Seguridad Social de 1979 a 1980 y escaló a ministro de Bienestar Social hasta 1982. A partir de ese año, le llegó el nombramiento que le cambiaría para siempre la vida: Embajador Representante Permanente de Nicaragua ante la Organización de Estados Americanos, un cargo en el que duró cuatro años.

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Es precisamente esa experiencia diplomática la que lo convierte en años más reciente en una voz autorizada para hablar sobre el destino del país dentro del organismo internacional, al que el régimen Ortega-Murillo ha desafiado en su afán de atornillarse al poder. Los análisis y opiniones de Parrales incomodaron tanto a los dictadores que terminaron mandándolo a prisión.    

El 4 de febrero de 1984, el papa Juan Pablo II suspendió el ejercicio del sacerdocio a Ernesto Cardenal, Fernando Cardenal, Miguel d'Escoto y a Edgard Parrales. Sus actividades políticas en el primer gobierno sandinista y sus declaraciones de alinearse con la Teología de la Liberación los llevaron al castigo. Un año antes si, Parrales había decidido “colgar los hábitos” definitivamente.

Una tarde de 1988, después de un mitin político en la Plaza de la Revolución, Edgard Parrales conoció a quien sería su esposa: Carmen Dolores Córdova. La vio pasar por las cercanías al que fue el cine González y quedó prendado de ella. La muchacha era hija de Rafael Córdoba Rivas, miembro de la Junta de Gobierno de Reconstrucción Nacional, quien se recuperaba por esa época de un accidente cerebral. Visitarla para conocer sobre la salud del padre, fue la excusa perfecta. A los cuatro meses de ese mismo año, Parrales contrajo con ella matrimonio, han procreados dos hijas y este mes que viene, cumplirán 32 años de vida juntos.

PENSAR Y HABLAR FUE EL PECADO

Hasta antes del 22 de noviembre del año pasado, don Edgard y doña Carmen solo se habían distanciado uno del otro como medida para protegerla a ella del Covid-19. En los días más crudos de la pandemia solo se miraron de largo. El exembajador explicó en su momento que su esposa tiene bajas defensas y era mejor tomar medidas dentro de casa.

No contaban con esta separación de casi tres meses que el régimen Ortega-Murillo impuso entre ambos, desde aquel día que dos civiles se presentaron a su casa y se lo llevaron. Parrales fue detenido por dos sujetos que nunca se identificaron como policías, no mostraron ni placas, ni orden de captura. Fueron minutos de mucha angustia, pues lo montaron en un vehículo particular sin ningún emblema que lo identificara como parte la Policía del régimen.

A la 1:00 de la tarde del día siguiente, el Poder Judicial le celebró una audiencia a puerta cerrada bajo el delito supuesto de “incitar a la violencia”. El día que lo detuvieron, había comparecido a los estudios del Canal 10 para ser entrevistado sobre la crisis política que atraviesa el país.

Los análisis del ex embajador eran reproducidos en diferentes plataformas informativas con mucha frecuencia. De hablar pausado y coherente, siempre fue mesurado y nunca acusó al régimen de ningún falso, aunque le señalaba muy claramente sus errores. Su arresto, por órdenes del que alguna vez fue su jefe en el gobierno revolucionario, encabezó titulares.

Edgard Parrales elevó a 13 los secuestrados por pensar diferente que tenían más de 65 años al momento de su detención y fue el arresto número 42 ejecutado por policías y parapolicías del régimen entre mayo y noviembre del año pasado. “Lo acusaron de su firmeza, de su palabra, porque siempre fue un hombre directo con sus opiniones y por eso lo apresaron”, dijo su esposa.

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