Taxistas al borde: entre aplicaciones, caponeras y olvido

“Así pasamos todos los días”, dice Francisco, taxista desde hace siete años, mientras su mirada se pierde en el retrovisor. En su voz se mezcla resignación y oficio.

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  • mayo 23, 2025
  • 03:50 PM

Son las cinco de la mañana y Francisco García ya está en la calle. Se persigna antes de encender el carro, sube el volumen a la música de la radio y murmura una oración. “Que hoy se den muchas carreras, Señor”, dice. Como cada día desde hace siete años, se lanza por toda Managua para buscar pasajeros que lo ayuden a alcanzar su meta diaria: al menos 1,800 córdobas para cubrir el alquiler del vehículo, el combustible y el sustento de su familia.

Francisco no está solo. Los datos oficiales hablan de unas 12 mil unidades de taxi autorizadas en Managua: Miles de taxistas recorren Managua en una lucha constante por sobrevivir en un gremio cada vez más golpeado por la competencia desleal, las plataformas digitales y la crisis económica. Maneja un taxi rentado. Cada jornada empieza con una deuda: 600 córdobas para la dueña del vehículo. Luego vienen los 800 del combustible, y finalmente, lo más sagrado para él: los 400 o 500 córdobas que necesita llevar a su casa.

“Llevo siete años manejando taxi y esa es mi rutina diaria. Pero ahora es diferente”, dice mientras un posible cliente le hace señal de parada en Metrocentro. Francisco le ofrece llevarlo hasta el Parque Luis Alfonso por 100 córdobas. El pasajero se queja, lo intenta regatear. No hay trato. Se va caminando. “Así pasamos todos los días. En Managua una carrera por más cerca que estés no te baja de 80 córdobas”, lamenta Francisco.

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Las aplicaciones de transporte han cambiado las reglas del juego. Desde 2017, plataformas como Aventón, Ray e InDriver han ganado terreno en la capital. Operan bajo el argumento de ser “servicios exclusivos”, aunque en la práctica realizan el mismo trabajo que un taxi legalmente autorizado. Las tarifas son más flexibles y muchas veces, más bajas. Esto ha provocado una caída en la demanda del taxi tradicional, dejando a conductores como Francisco en una competencia desigual.

La Ley General de Transporte Terrestre (Ley 524) es clara: ninguna persona no autorizada puede prestar el servicio público de transporte. Sin embargo, la regulación es débil y la vigilancia, casi inexistente. Mientras tanto, los taxistas deben seguir cumpliendo con pagos, licencias, inspecciones y cobros fijos, aun cuando los ingresos se vuelven cada vez más inciertos.

“Para cubrir todo necesito entre 15 a 20 carreras diarias. Pero eso ya no se da. Hay días en que apenas saco para el combustible. Me toca doblar turno o quedarme en la calle hasta la medianoche”, cuenta Francisco, con voz cansada.

Ni a precio de caponera

En redes sociales, otros taxistas también comparten su frustración. En TikTok, uno de ellos graba un video narrando su jornada. “Hoy jueves ha estado bastante difícil el trabajo”, dice mientras espera pasajeros. “Esto es lo que vivimos todos los días. La crisis del trabajo como está, pasamos momentos difíciles. Las ganancias no son buenas”.

El hombre intenta negociar con dos pasajeras: 60 córdobas por llevarlas a ambas. “Las voy a llevar a precio de caponera”, les dice, sin éxito. “Los pasajeros no quieren pagar, miran los precios bastante caros”, añade resignado.

Y es que las caponeras —vehículos ligeros de tres ruedas— también han tomado protagonismo en el transporte urbano. Según datos de la Dirección de Tránsito Nacional, hasta 2023 había más de 24 mil caponeras registradas en el país, con Managua como su principal mercado. En tiempos de desempleo y crisis, ofrecen una alternativa más barata para el usuario, pero una competencia para el taxista tradicional.

“El gremio está en quiebra prácticamente”, afirma el conductor al cerrar su video. Y esa frase, cruda y directa, resume lo que viven miles como Francisco: jornadas interminables, cuentas que no cuadran, clientes que se van y un volante que ya no garantiza el pan.

Al final del día, Francisco hace cuentas. A veces sale bien, otras apenas para cubrir los costos. Pero siempre vuelve al volante. Porque la ciudad, por dura que sea, también tiene su ritmo. Y él lo conoce como quien ha aprendido a leer señales invisibles entre semáforos y esquinas.

Cuando cae la noche, apaga la radio. Mira el retrovisor. Suspira. “Mañana será otro día”, dice. Y con esa frase se resume todo: la rutina, la esperanza, el cansancio, y la voluntad de seguir girando la llave cada madrugada.

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