El discurso de odio de Rosario Murillo por un abril que no la deja tranquila

DESPACHO 505 recoge las frases más virulentas que ha pronunciado la codictadora desde abril de 2018 y explora cómo este lenguaje se ha convertido en uno de los pilares de la represión.

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Despacho 505
  • Managua, Nicaragua
  • abril 18, 2025
  • 07:00 AM

En Nicaragua hay frases que se clavan en la memoria como cuchillos. No por su belleza ni por su verdad, sino por el veneno que contienen. "Hijos del demonio", "escoria pura", "judas", "mentecatos", "terroristas", "puchos", "fracasados", "vampiros chupasangre", "cobardes", "chingastes", "delincuentes de la historia"... Son palabras pronunciadas con furia, repetidas con euforia, difundidas sin descanso desde los micrófonos del poder.

En los últimos siete años, Rosario Murillo —codictadora de Nicaragua y portavoz del régimen— ha construido un discurso sistemático de odio y deshumanización contra cualquiera que disienta. Desde sacerdotes hasta periodistas, pasando por empresarios, feministas, defensores de derechos humanos, excompañeros del sandinismo histórico y hasta ciudadanos anónimos.

DESPACHO 505 recoge las frases más virulentas que ha pronunciado Murillo desde abril de 2018 y explora cómo este lenguaje violento no solo refleja la deriva autoritaria del régimen, sino que se ha convertido en uno de los pilares de la represión.

El insulto como política

Desde que estalló la rebelión cívica de abril de 2018, Rosario Murillo ha dejado claro que no hay espacio para la crítica o la autocrítica. El lenguaje que utiliza en sus alocuciones —transmitidas casi a diario en televisión nacional— no busca reconciliación. Busca aniquilar moralmente al adversario.

Rosario Murillo no debate ideas: denigra personas.

En sus discursos, los opositores no son ciudadanos, son "terroristas", "asesinos", "cobardes", "fracasados" o directamente "hijos del demonio". "La estrategia es clara: convertirlos en enemigos absolutos, indignos de derechos, ajenos a la patria y, por tanto, eliminables sin remordimiento", dice una experta en comunicación política consultada por DESPACHO 505.

Fanatismo, religión y odio

Una de las marcas más perturbadoras del discurso de Murillo es el uso del lenguaje religioso para justificar la violencia. Ha llamado a sacerdotes "lobos repugnantes", "representantes del demonio" y "curas hijos del diablo". En fechas sagradas, ha acusado a la Iglesia Católica de "interrupciones diabólicas" y de “predicar odio desde los templos”.

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Esta retórica fanática no es casual. "Busca destruir la confianza en una de las pocas instituciones que han mantenido una postura crítica frente al régimen, y al mismo tiempo, crear un nuevo dogma donde Ortega y Murillo ocupan el lugar de redentores", explica la experta.

Contra los exaliados: del abrazo a la traición

Ni siquiera los viejos compañeros de lucha se salvan. A figuras como Hugo Torres y Carlos Brenes —exguerrilleros que se atrevieron a criticar al régimen— Murillo los tildó de "judas", "traidores", "vendepatrias". “Vendieron el alma al diablo por cinco bollos”, dijo, utilizando la retórica bíblica para acusarlos de deslealtad.

Abril: el trauma que no la deja en paz

Cada mes de abril, la maquinaria propagandística del régimen intensifica su furia. En 2020, Murillo calificó las protestas de 2018 como “prácticas terroristas” y a sus protagonistas como "malévolos", "criminales", "miseria humana". En 2024, llegó a afirmar que los opositores actuales son herederos de William Walker, el filibustero estadounidense que en el siglo XIX incendió Granada.

“El odio está en sus venas”, dijo. “Vamos a refrescarles el cerebro, si acaso lo tienen”, remató en su alocución del 19 de abril.

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Lejos de cerrar heridas, el régimen se dedica a reabrirlas cada año. 

¿Quiénes son los “otros”?

A lo largo de estos años, Rosario Murillo ha creado una lista negra simbólica donde caben todos los que no le rinden pleitesía: madres que lloran a sus hijos asesinados, campesinos que defienden su tierra, exiliados que marchan en otras latitudes, periodistas que informan, médicos que denuncian, artistas que cantan.

Todos ellos han sido llamados alguna vez "puchos", "peleles", "chingastes", "irresponsables", "escoria". Porque en el régimen Ortega-Murillo, la crítica no es un derecho, es una traición. Y el traidor no merece compasión, sino desprecio.

La palabra como bala

Las palabras importan. Las de Murillo no son solo arrebatos verbales, "son parte de una estrategia de represión más amplia que incluye cárcel, destierro, exilio, confiscaciones, muerte civil", dice la experta. El lenguaje deshumanizador prepara el terreno para la violencia física, la legitima, la vuelve aceptable.

El discurso de odio de Murillo se ha convertido en política de Estado y, en algunas ocasiones, ha antecedido redadas masivas contra opositores en todo el país.

Y aunque algunos lo tomen como simple retórica estrafalaria, en realidad ha servido para justificar allanamientos, cerrar medios, encarcelar sacerdotes, borrar partidos políticos, e incluso anular la nacionalidad de cientos de ciudadanos.

Un país intoxicado

Siete años después de abril, Nicaragua es un país herido, polarizado, donde el miedo y el silencio se han vuelto mecanismos de supervivencia. Pero también es un país donde, a pesar del discurso oficial, la memoria persiste.

Y esa memoria recuerda no solo los hechos, sino las palabras que los acompañaron.

Las frases de Murillo —cargadas de arrogancia— quedarán como testimonio de un tiempo oscuro. Un tiempo en el que el poder habló sin pudor, sin empatía y sin verdad.

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