Sin médicos ni medicinas: los diabéticos de Nicaragua condenados a morir ciegos y amputados
La falta de atención médica y una política de salud pública efectiva agudizan las consecuencias de una enfermedad que aumenta a niveles alarmantes. Se estima que 700.000 nicaragüenses son diabéticos. Despacho 505 y 100% Noticias entrevistaron a decenas de enfermos para narrar la desesperación de sobrevivir a la diabetes, la cuarta causa de muerte en el país.


- Nicaragua
- marzo 05, 2025
- 12:00 AM
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Casi todos los adultos de más de 50 años tienen diabetes en este barrio del oriente de León. No hace falta que lo confirme un censo ni que lo digan las autoridades de Salud. Lo saben los vecinos porque los enfermos han contado su dolencia en un intento por sobrevivir. Se prestan los glucómetros para controlar los niveles de azúcar en la sangre o se venden insulinas a precios módicos cuando alguien no encuentra en el centro de salud más cercano. También lo saben porque en los últimos diez años, la diabetes ha matado en ese sitio a más personas que cualquier otra enfermedad. “Solo en esta calle han muerto tres en dos meses por insuficiencia renal causada por la diabetes. En esa casa, tres adultos de una familia de seis tienen azúcar (diabetes)”, dice Socorro*, desde el interior de su vivienda. Habla entre murmullos y menciona otro de los grandes temas de salud pública de la Nicaragua actual, otra enfermedad mortífera. Otra pesadilla. Ella tiene 65 años de vida y 16 de ser diabética.
Si acaso, Socorro es una de las enfermas más privilegiadas de su calle. Asiste a un médico internista privado, tiene un instrumento para medir la glucosa dos veces al día y mantiene una dieta balanceada. Sin embargo, la mayoría de pacientes, según médicos consultados para este reportaje, sobrevive entre la pobreza, con falta de acceso a medicamentos y enfrentando la ausencia de una política de salud pública.
Las autoridades del Ministerio de Salud (Minsa) ocultan una epidemia. Hay cifras maquilladas de enfermos y muertes que la institución publicó hasta 2023. La primera inconsistencia —explican especialistas— se deriva de la falta de un registro serio de la enfermedad. Las estadísticas oficiales no cumplen con la rigurosidad de incluir los casos que atiende el sistema privado ni el previsional. Estimaciones independientes arrojan que más de 700,000 nicaragüenses, cerca del 10% de la población, padece esta enfermedad, cinco veces más de lo reconocido por el Estado.
“Estamos ante un problema muy grave de salud pública”, alerta Pablo, médico de León. Él es quien cuida de la salud de Socorro en una clínica privada, donde la mayoría son pacientes con diabetes. Y cada día son más y más. La atención en el sistema de salud público es deficiente.
La diabetes es la segunda enfermedad crónica que más afecta a los nicaragüenses. Según un informe del Minsa, fue la cuarta causa de muerte en 2023. Solo la superaban los infartos, los tumores malignos y la insuficiencia renal. La institución reportó 139.136 enfermos y 1.742 fallecimientos entonces, cuando el ente rector de la Salud hizo público lo que puede considerarse el dato más reciente sobre la enfermedad.
José Antonio Delgado, un médico especialista en Salud Pública que vive en el exilio, es contundente: “Cualquier dato que salga del Minsa es erróneo, falso”. La Organización Panamericana de la Salud (OPS) dejó en evidencia en un informe de 2019 las inconsistencias en los registros de esta enfermedad en Nicaragua. Solo ese año, como si fuese poco, el organismo contabilizó 3.307 muertes, mientras que el Minsa admitió 2.253. Las cifras oficiales tampoco están desagregadas por género y edad. El otro tema es que el secretismo, una política oficial de la administración Ortega Murillo, deja en el aire cualquier pregunta periodística. La institución fue consultada para este reporte, por ejemplo, pero no respondió a las solicitudes de información.
Despacho 505 y 100% Noticias analizaron los datos oficiales sobre la diabetes entre 2013 y 2023 para realizar una proyección para la próxima década basada en diferentes modelos de crecimiento. El resultado del análisis, que tomó en cuenta variables e indicadores como la prevalencia, comorbilidad e incidencia y, que fue validado por expertos independientes, arrojan que Nicaragua tendría más de 987,000 enfermos en 2033. El doctor Delgado, al respecto, llama a no perder de vista que es un panorama crítico y eso que el cálculo se basa en los números del Estado.
En 2015 informes de medios de comunicación alertaron de que más de medio millón de personas en Nicaragua padecían diabetes. Los médicos advirtieron entonces que el número de enfermos sería de uno de cada 5 habitantes en 2040. El análisis de los datos en esta investigación reveló que cada año en promedio en Nicaragua son diagnosticadas con diabetes unas 22,000 personas. Esa cifra puede ser mayor, tomando en cuenta el maquillaje de las estadísticas oficiales y que uno de cada tres adultos no sabe que padece la enfermedad.
Falsear las estadísticas de salud pública es una práctica recurrente del régimen, pues en plena pandemia de Covid en 2020 ocultó el número real de muertos y contagiados. Ha hecho lo mismo con el número de mortalidad materna para poder cumplir con uno de los Objetivos de Desarrollo del Milenio.
Recientemente, la Federación Internacional de Diabetes (IDF, por sus siglas en inglés) reveló que 690,600 nicaragüenses padecerán diabetes en 2045. Pero los expertos independientes, sin ánimos de desacreditar el estudio del organismo, consideran que Nicaragua ya superó esa proyección este año. La OPS ha alertado de un preocupante aumento de casos en América Latina e incluso, el Minsa ha reconocido en documentos internos de 2017, a los que ha tenido acceso Despacho 505 y 100% Noticias, un incremento de enfermos de 100% desde que Ortega llegó al poder en 2007.
“Históricamente, el número de enfermos de diabetes ha sido desconocido en Nicaragua, porque no son de declaración obligatoria ante los organismos de salud internacional como sí lo son las enfermedades de transmisiones infecciosas. Además, las cifras que se conocen están manipuladas; hay información de muy poca calidad y credibilidad, por no decir inconsistente”, valora Álvaro Ramírez, epidemiólogo nicaragüense. Otro médico del hospital Humberto Alvarado de Masaya, que habló bajo condición de anonimato, observa con extrema preocupación que la cifra real de enfermos sea desconocida en Nicaragua.
Estudios de la Facultad de Medicina de la Universidad Nacional Autónoma de Nicaragua (UNAN-Managua) publicados entre 2005 y 2017 alertan del incremento “dramático y constante” de la diabetes a partir de los 45 años. La Iniciativa Centroamericana de Diabetes (CAMDI) también advirtió de un subregistro de muertes en una encuesta publicada en 2010.
Las estadísticas oficiales entre 2019 y 2023 arrojan un aumento de 64% de enfermos y una disminución de las muertes de 22%. Ese comportamiento -analiza el doctor Delgado- podría atribuirse a un fortalecimiento de la capacidad diagnóstica que permite la detección temprana de la enfermedad en los pacientes y a un control riguroso que evita el desarrollo de complicaciones que derivan en muerte. “Ese no es el caso de Nicaragua”, rechaza.
Despacho 505 y 100% Noticias comprobaron en 10 departamentos de Nicaragua que el Minsa no está suministrando insulina a los pacientes de diabetes que la necesitan. Foto: D505
Delgado trabajó para el Ministerio de Salud y conoce la situación en el terreno. Para él, ese incremento del 64 % de la enfermedad en un periodo de cuatro años es “una barbaridad” y casi una admisión de que no se estaba diagnosticando bien a los pacientes. No obstante, también señala un posible interés económico detrás del aumento de casos, pues el “equilibrio” entre un mejor diagnóstico y menos muertes se presta para justificar el acceso a fondos de organismos internacionales.
“El Ministerio de Salud tiene que decir algo para obtener dinero, porque si dice que todo está bien como decía anteriormente, no accede a fondos; entonces dice: ‘Tengo más enfermos, pero no se me están muriendo… necesito el dinero porque estoy haciendo cosas’”, critica el especialista tras señalar que, además, incurren en un comportamiento temerario porque sus cifras no son las correctas. El régimen financia el presupuesto de Salud con fondos y donaciones del Banco Centroamericano de Integración Económica (BCIE), Banco Interamericano de Desarrollo, Banco Mundial y la OPS.
Delgado advierte que incluso si la cifra de enfermos se mantuviera estable, seguiría siendo una mala señal. “Seguimos cometiendo los mismos errores en el manejo de una enfermedad crónica”, explica. Las enfermedades crónicas —añade— requieren un cambio en el comportamiento poblacional y no significa que la diabetes desaparecerá, pero “sí puede reducirse su incidencia y, sobre todo, sus complicaciones y mortalidad”.
Asimismo, subraya la necesidad de no solo registrar el número de diagnosticados, sino también el de pacientes con complicaciones y su evolución. Las cifras del Minsa ocultan las complicaciones lo que, según el médico, es clave para diferenciar entre quienes enfrentan secuelas irreversibles y aquellos con complicaciones controladas. “Es crucial analizar las causas específicas de muerte entre los pacientes con diabetes. Si identificamos qué complicaciones llevan al fallecimiento, podemos atacar esos factores y retroceder en el tiempo hacia la prevención, evitando que los pacientes lleguen a esa etapa crítica”, enfatiza el especialista.
Como ocurre en muchos países en desarrollo, la diabetes tipo 2 es la más común en Nicaragua. Se caracteriza por un aumento de glucosa en la sangre y suele causar graves complicaciones en el organismo. La de tipo 1, en cambio, es una afección crónica en la que el páncreas produce poca o ninguna insulina por sí mismo, según la Organización Mundial de la Salud (OMS). La tipo 2, asociada también a factores genéticos, es la principal causa de ceguera, insuficiencia renal y amputaciones en adultos, además de aumentar el riesgo de infarto de miocardio y accidente cerebrovascular.
Todos esos padecimientos son comunes en la familia de Sonia, una mujer de 45 años. Fue diagnosticada hace cinco años, pero cree que la padecía desde antes. Su mamá y sus tres hermanos también padecen la enfermedad, dos de ellos han sufrido amputaciones y desarrollado problemas renales. Sonia vive en la comarca de La Laguna, en el municipio de Masaya, y el centro de salud más cercano le queda a más de cinco kilómetros de su casa. No hay médicos especialistas, ni medicinas, cuenta. Al igual que Socorro en León, los vecinos de Sonia han empezado a identificar la diabetes como la principal enfermedad que aqueja a los lugareños.
Hace tres meses, brigadistas de salud del Minsa llegaron a la casa de Sonia en el contexto de la “Campaña nacional contra la diabetes, hipertensión y artritis”. Le hicieron preguntas sobre sus dolencias y le midieron la presión arterial y la glucosa. Antes de que se fueran, les dijo que para ella y su familia era imposible controlar los niveles de azúcar todos los días. La razón es que no tenían aparatos para medirla y tampoco podían estar pagando por pruebas rápidas en la farmacia. El enfermero la quedó viendo, se encogió los hombros y se fue ante el argumento imposible de refutar de la pobreza.
El calvario de vivir con diabetes
Tula vive en una comunidad recóndita de Nueva Guinea, Caribe Sur. Ahí el acceso al agua y la energía eléctrica es todavía un problema. Cocina a leña el arroz y frijoles que sus dos hijas le llevan semanalmente y consume más bebidas azucaradas que agua potable. Los alimentos que ingiere son altos en calorías y carbohidratos, pero es lo que puede permitirse a sus 72 años, sin ningún tipo de ingresos. Hace más de 10 años, calcula, su salud empezó a deteriorarse. Un día de 2018 se mareó tanto que colapsó. Minutos después despertó sobre una camilla hospitalaria, en un modesto consultorio de un médico privado con la mirada turbia, los labios resecos y una sensación de un fuego intenso en su cuerpo.
Cada vez que iba al centro de salud Martha Cruz Conrado, en el casco urbano de Nueva Guinea, regresaba a casa sin un diagnóstico claro. Al médico le dijo que se sentía agotada todo el tiempo, que se le entumecían las piernas y que su cuello se estaba oscureciendo repentinamente. La desesperación por el estado de su salud la obligó a vender una pequeña parcela para costear varios análisis clínicos que un médico le orientó. Los exámenes revelaron algo que ya intuía. “El doctor me dijo que tenía azúcar”, recuerda. Padece diabetes tipo 2 y sobrevive a la enfermedad por una cuestión de suerte, ante la falta de atención médica y medicinas. Nuevamente, la pobreza.
La diabetes tipo 2 es la más común en Nicaragua. Se caracteriza por un aumento de glucosa en la sangre y suele causar graves complicaciones en el organismo. Los enfermos terminan ciegos o amputados. Foto: D505.
Tula es uno de los 50 enfermos de diabetes tipo 2 que fueron entrevistados por Despacho 505 y 100% Noticias entre noviembre y enero pasado para sistematizar la atención médica en 30 municipios de 10 departamentos de Nicaragua. La mayoría son enfermos de escasos recursos económicos que dependen del sistema de salud público para tratarse la enfermedad. “La diabetes es la enfermedad de la pobreza”, dice el doctor Ramírez. De hecho, los factores socioeconómicos inciden en el correcto manejo de la enfermedad.
Los diabéticos que asistieron al menos a una consulta médica de su centro de salud en los últimos tres meses expresaron que nunca han sido derivados a un especialista, pese a sufrir complicaciones renales y pie diabético, principalmente. Solo 20 pacientes de 50 consultados recibieron medicinas que les prescribió el médico, concretamente los fármacos glibenclamida y metformina clorhidrato, una combinación de consumo diario que reduce la glucosa de la sangre y mejora el control glicémico durante algunos años. El resto de diabéticos tuvo que comprarlas en farmacias a un precio promedio de cinco córdobas cada una.
Al igual que hace casi dos décadas, el presupuesto para el Ministerio de Salud es insuficiente: 712 millones de dólares fueron aprobados en 2025 a esa cartera, de los que se destina un promedio de nueve dólares al año en gastos de medicina por habitante. Si bien la falta de recursos es un desafío, el dinero por sí solo no es la solución para combatir la diabetes, coinciden los especialistas. Se necesitan estrategias que prioricen la prevención y una intervención efectiva, enfocadas en reducir la cantidad de enfermos, identificar y controlar las complicaciones y bajar la mortalidad, añaden. En Nicaragua, el problema es que la diabetes sigue en ascenso imparable.
Si algo demuestran los testimonios recogidos en los diferentes departamentos es el manejo deficiente de la diabetes. Médicos que trabajan en el sistema público y privado sostienen que es un problema que persiste desde décadas pasadas. Para atender a pacientes diabéticos, el Minsa diseñó en 2011 un protocolo para abordar de “forma integral” la prevención, diagnóstico y tratamiento de la enfermedad, sustituyendo así el anterior elaborado por la Administración de Enrique Bolaños en 2004. También presentó en 2022 una guía para la “atención integral del pie diabético” dirigida para los médicos de los centros de salud.
La estrategia del Minsa se basa en un tratamiento que va desde la adecuada nutrición, el ejercicio físico hasta la educación. Además, plantea como necesaria la administración de fármacos que contribuyan a la regulación de los niveles de glucemia. Sin embargo, los hechos demuestran que el sistema de salud público está fallando.
Al tratarse de una enfermedad crónica, es decir, que no tiene cura, Delgado plantea que las autoridades sanitarias deberían encaminar sus esfuerzos hacia la prevención y no a tener un hospital o medicamentos y equipos para tratar las complicaciones. “Debo tener una campaña permanente de prevención de la enfermedad, porque no se cura y eso no se hace, solo se pone en papel”, cuestiona.
La guía institucional del Minsa recomienda que los enfermos de diabetes sean derivados a especialidades como oftalmología, cardiología, pediatría, ortopedia, entre otras. Pero tal cosa no sucede porque la red pública de salud no cuenta con suficientes especialistas.
En 2010, en Nicaragua, existían 4,256 médicos, entre especialistas, generales y residentes con internos. A la fecha se desconocen datos creíbles del número de médicos en el sistema de salud público. Al fracaso de la estrategia del Minsa para abordar la diabetes, dicen expertos, se le suma la escasa inversión en medicinas y tratamientos. En algunos casos, los enfermos de diabetes tipo 2 necesitan insulina para un buen control metabólico y tampoco se está dispensando en los centros sanitarios lo que deteriora su salud, como pudo comprobar Despacho 505 y 100% Noticias.
La International Insulin Foundation publicó en 2006 un estudio sobre las dificultades para acceder a atención y medicamentos de los pacientes diabéticos de Nicaragua. Uno de los hallazgos es que el costo de atender a los enfermos en el sistema de salud público era de 81,049,000 dólares. Además, proyectó que para este 2025 ese gasto se incrementaría en un 82% al alcanzar un total de 147,477,000 dólares, eso representa el 20.6% del presupuesto de 2025 del Ministerio de Salud.
Una mujer enferma de diabetes camina hacia un centro de salud cerca del mercado Oriental. Despacho 505 y 100% Noticias hablaron con decenas de pacientes y se quejaron de la deficiente atención en el sistema de salud. Foto: D505
La organización también estimó que el gasto per cápita de la diabetes en Nicaragua entonces era de 624 dólares por año, es decir 52 dólares al mes para la compra de insulinas, medicamentos orales, jeringas y pruebas de glucosa, principalmente. El mismo informe indicaba que los enfermos de diabetes tipo 2 gastaban en promedio entre uno y 8.5 dólares en compra de insulinas, jeringas y fármacos, según el tipo de tratamiento. Un reciente sondeo de precios de los mismos productos a los que hace referencia la organización, arroja que el gasto mensual promedio es de entre ocho y 22 dólares. Miles de enfermos apenas pueden costear los alimentos que consumen a diario.
Entre las escasas acciones del régimen para atender a diabéticos está la inauguración en 2021 del Centro Nacional de Diabetes “Porfirio García” (en las instalaciones confiscadas del Instituto para el Desarrollo y la Democracia en Managua) y el lanzamiento en 2024 de la “Campaña nacional para la prevención, detección y cuidados de las personas con diabetes, hipertensión y artritis”. La propaganda del régimen vende como grandes avances las consultas realizadas casa a casa y las que supuestamente atendieron especialistas en la única infraestructura en Nicaragua dedicada para los enfermos diabéticos.
“Se requieren estrategias serias y permanentes. Sacar a cuatro enfermeros a las calles de vez en cuando para hacer el parapeto no resuelve el problema”, valora bajo anonimato una diabetóloga que fue docente del Diplomado en Diabetología de la Facultad de Medicina de la UNAN. Según ella, hasta 2017 los médicos de esa alma mater venían alertando al Minsa sobre el preocupante incremento de los enfermos de diabetes a través de sendos informes. “La prevención es clave, pero necesitamos saber cuál es la estadística real y por eso sugerimos en reiteradas ocasiones establecer un sistema de vigilancia efectivo y un Consejo Nacional de Diabetes que reuniera al sector público y privado”, dice.
En general, la diabetes está vinculada a diversos factores de riesgo como el alcoholismo, el tabaquismo, la obesidad, problemas de colesterol, el síndrome de ovario poliquístico, el estrés, el sedentarismo, la hipertensión, y la edad, especialmente a partir de los 40 años. Al expediente de la diabetes en Nicaragua se añade un estilo de vida que favorece el desarrollo de la enfermedad debido a una combinación de factores como el sedentarismo y una alimentación poco saludable. La dieta nicaragüense es alta en carbohidratos, grasas, sal y azúcar, lo que incrementa el riesgo.
“No todo está en manos de las instituciones, pero tampoco hay esfuerzos para prevenir la enfermedad”, insiste Delgado, pues cree que urgen campañas para alertar a la población de estos riesgos y orientarlos sobre cómo prevenirlos, en ese sentido menciona la promoción del ejercicio o la educación sobre hábitos alimenticios.
A estas alturas, coinciden expertos, el Ministerio de Salud debería contar con una regulación del etiquetado nutricional o política de etiquetado frontal de alimentos como parte de las políticas de salud pública y del derecho de los consumidores, con el objetivo de garantizar que la población tenga acceso a información clara sobre los ingredientes, contenido nutricional y posibles riesgos asociados a su consumo, como el alto contenido de grasa, azúcar y sal. A diferencia de otros países, Nicaragua no obliga a los fabricantes y distribuidores a transparentar el valor nutricional y tampoco se les alerta sobre que pueden desencadenar enfermedades como la diabetes.

En noviembre de 2019, el régimen anunció que Nicaragua se convertiría en uno de los países de Centroamérica en producir insulina, la medicina utilizada para controlar el azúcar en la sangre en las personas que padecen diabetes. No obstante, a la fecha ni una sola dosis se ha producido en la planta Centro Mechnikov, en Managua–instalada en sociedad con Rusia–. Otro fracaso de los grandes proyectos de Ortega.
Armando, de 59 años, es originario de La Trinidad, Estelí. Tenía esperanzas en que dicho proyecto del régimen le permitiera acceder a la insulina. Pensaba que los días de angustia provocados por el descontrol de los niveles de glucosa en su cuerpo quedarían atrás. Pero sigue tan angustiado como la primera vez que su cuerpo convulsionó producto de una caída de azúcar en la sangre. El médico de su centro de salud le ha dicho que, cuando eso ocurra, chupe un caramelo o se inyecte insulina. El problema es que no tiene dinero para pagarse una prueba de sangre ni insulina para pincharse. Es cuando recurre a la medicina natural, a infusiones a base de hojas de insulina, un arbusto que crece durante todo el año y que un vecino le suele regalar de su patio. El régimen recomienda su cultivo y uso. “No tengo otra forma de curarme”, dice Armando. Sufre de pie diabético, insuficiencia renal y presión arterial.
El miedo a terminar amputados
*Cada mañana al levantarse, Ericka mira sus pies para asegurarse de que tiene en qué sostenerse. Desde hace un tiempo perdió la sensibilidad y le dio la “manía” de no pararse sin antes verlos. También sufre de dolores en sus brazos que describe como “terribles” y comenzó a notar que las uñas de su pie derecho se tornan moradas. “Me da miedo porque no siento la planta de ambos pies y sé que es peligroso”, confiesa.
Vive en Rivas, tiene apenas 41 años y ocho de saberse diabética. Está segura que la enfermedad comenzó a deteriorar su organismo mucho antes, sin ella enterarse y, por eso, actualmente, su salud “está muy comprometida”. El diagnóstico lo recibió en 2017. “Fue difícil saber que tenía azúcar (diabetes), pero no me preocupaba y comía mucho dulce, mi alimentación seguía normal y, sobre todo, seguía bebiendo gaseosas. Era un litro diario o más, porque sentía mucha sed”, se reprocha.
Comenzó a tomar la enfermedad en serio durante su tercer embarazo, pero lamenta que todo fuera “en vano” porque perdió al bebé a los seis meses de gestación. El golpe más duro a su salud llegó con la Covid-19 en 2020: aunque sobrevivió a un diagnóstico crítico, la enfermedad agravó sus complicaciones derivadas de la diabetes.
En su última consulta médica en un hospital público, porque los 6,000 córdobas de su salario apenas le ajustan para la manutención de sus dos hijos, a Ericka le advirtieron de que uno de sus riñones “ya no da para más” y que la hipertensión que sufre desde los 13 años podría desencadenar un infarto en cualquier momento. Desde entonces, no ha regresado al centro de salud.
Ericka necesita 40 unidades de insulina cristalina por la mañana y 30 unidades de insulina Nph por la noche. No se administra la cristalina porque el frasco cuesta 220 córdobas y en el hospital solo le proveen uno para cinco meses. No le queda más que comprar “por debajera”, es decir, a particulares que mueven un mercado negro de medicamentos y la insulina la comercian entre 100 y 200 córdobas. “Compraba a 100 córdobas el frasco, pero murió el señor que me proveía. Cuando tengo más suerte lo compro a 50 donde un joven que vende la insulina de su madre para comprar drogas. Sé que mi diabetes no está bien controlada. Tengo miedo de perder el pie porque sé que la insensibilidad que tengo puede terminar en amputación”, admite impotente por no poder hacer más por ella. “A duras penas compro lo básico para la comida y con los gastos de los chavalos no me dan para comer adecuadamente. Me toca decidir entre comprar comida o insulina y a mis hijos no los puedo sacrificar, lo hago yo”.
El mayor temor de los enfermos es la amputación de sus pies o piernas. Si se da es a consecuencia del pie diabético, una sintomatología que aparece cuando existen niveles inadecuados de glucosa que provocan un daño en los vasos y nervios, evitando que la sangre llegue a las extremidades inferiores. Varios informes del Minsa revelan que en Nicaragua se amputan a dos personas por día en cada hospital. Estas pueden ser amputaciones parciales o totales.
Rosa se rehúsa a “entregar” su pierna izquierda. La tiene llena de llagas que no cicatrizan y gran parte de la piel se le ve enrojecida, descamada y con “parches” morados. “Ha sido duro, desde hace nueve años estoy con insulina. He tenido problemas de circulación y en tres ocasiones me han dicho los médicos que me la tienen que quitar”, relata al borde de las lágrimas.

Cada vez que le han prescrito amputación ha salido abruptamente de la consulta, aferrándose a la esperanza de que encontrará una cura. “No les hago caso, lucho y, gracias a Dios, tengo (conservo) mi pierna”, expresa mientras se coloca un ungüento que le recomendaron. La última sentencia de amputación para su pierna izquierda la recibió en mayo pasado. El doctor le explicó que esos cambios de color en su piel y las úlceras que ya no se le curan representan un grave riesgo infeccioso que, de no ser tratado a tiempo, puede comprometer su vida. Aunque Rosa comprende la gravedad de su condición, no se siente capaz de soportar el impacto de quedar mutilada a sus 51 años.
Según la Organización Mundial de la Salud, entre el 15% y 25% de los enfermos de diabetes desarrollan pie diabético y el 85% de las amputaciones son precedidas de una úlcera en el pie. En otros casos, son producto de heridas accidentales.
El pie diabético es una infección que puede prevenirse con un rápido reconocimiento y abordaje de sus factores de riesgo.
Un estudio elaborado por la UNAN-Managua en 2018 indica que el 50% de los pacientes amputados por pie diabético mueren dentro de los tres años siguientes. El promedio de los costos por paciente asumidos por el Minsa varía según la gravedad de la lesión, desde 8.500 a 65.000 dólares.
Mientras Francisco vende cigarrillos y dulces en uno de los andenes del desordenado mercado Oriental, en Managua, recuerda cómo llegó a perder la pierna izquierda. Un día sin darse cuenta se hizo una cortadura en el pie con una varilla metálica. La herida ocasionó que paulatinamente su pierna perdiera sensibilidad y tras una fuerte infección, los médicos decidieron amputarla. La vida de este hombre de 57 años cambió completamente desde ese día.
A Marta, de 60 años, también le amputaron la pierna izquierda. Las úlceras que le salieron en los dedos de los pies provocaron fuertes infecciones que se convirtieron en gangrena. Los médicos le dijeron hace un año que debían amputarle dos dedos pero aún después de la intervención, las úlceras seguían apareciendo por lo que perdió la extremidad completa.
Ahora Marta vive postrada en una curtida silla de plástico, adaptada rústicamente con ruedas para que pueda moverse por su casa. Se siente deprimida porque no sale a las calles como antes y no le gusta depender de sus nietos. Por si no bastara, ha empezado a perder la vista y no tiene dinero para tratarse.

Para resolver el problema de la vista, los vecinos de su barrio en León le prestaron unos lentes de un difunto con los que ahora puede leer la Biblia y ver televisión. “Soy una desgraciada. Hace unos meses el doctor me dijo que también voy a necesitar diálisis, pero para eso debo esperar varios meses”, cuenta mientras su vecina Socorro llega con una sopa de pollo recién cocinada, un glucómetro para medir el azúcar en la sangre, y un envase térmico azulado con cubos de hielo para que almacene una frasco de insulina. Marta tampoco cuenta con una refrigeradora y eso ya dice mucho de su desgracia.
Es diabética, ciega, coja y pobre.
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* Los nombres de enfermos de diabetes entrevistados han sido cambiados para proteger su identidad en Nicaragua. La mayoría de los médicos que han hablado y que se encuentran dentro y fuera de Nicaragua también han pedido anonimato. Este reportaje fue elaborado desde varios departamentos bajo condiciones de riesgo para los periodistas.