Divina Misericordia, 19 horas bajo balas: “Una agonía que no dolía, pero la muerte se acercaba y la oías venir hacia vos”

Kevin Solín vio a Gerald Vásquez desvanecerse cuando uno de los proyectiles le estalló en la cabeza. Era el 14 de julio de hace seis años, llevaban largas horas bajo balas. Todos se prepararon para morir. “Al que dio la orden de matarnos. Les gritamos ¡hijos de p…! ¡traidores a la patria!, relata otro sobreviviente a DESPACHO 505

None
Las marcas de balas en las paredes de la parroquia Divina Misericordia
default.png
Despacho 505
  • Managua, Nicaragua
  • julio 14, 2024
  • 11:30 AM

La voz que en cinco días de una semana es capaz de mencionar a Dios 92 veces, decir amor 102 y repetir la palabra paz 89 en cadenas de radio y televisión, celebró que sus fanáticos atacaran con armas de grueso calibre a los universitarios que ocuparon por un mes y cuatro días las instalaciones de la UNAN-Managua hace seis años, una masacre que es hoy y “duele hasta el recuerdo”.

Es a la dueña de esa voz, Rosario Murillo, a quienes señalan de haber ordenado esa masacre, con la aprobación, claro, de Daniel Ortega. Aquellas balas disparadas desde mediodía del 13 de julio de 2018 hasta antes del amanecer del 14, atravesaron el cuerpo y el alma de dos de los jóvenes rebeldes y perforaron las paredes de la iglesia Divina Misericordia en Villa Fontana, Managua, a donde los chavalos huyeron en un intento desesperado por sobrevivir. 

Por entonces, el país sangraba con al menos 322 asesinatos en las calles, hervía en ira y había llantos amargos en todos lados por la respuesta inhumana del matrimonio septuagenario compuesto por Ortega y Murillo, que siguen gobernando al país por la fuerza. 

Ella, es la voz que cree “retocar” con discursos contradictorios las acciones perversas y criminales que han ordenado. Son el poder de dos cabezas que dirigen una de las peores dictaduras que ha padecido América Latina, según el analista político Santiago Cantón. El propio Papa Francisco, calificó esta dupla como una tiranía tan “grosera” como “la hitleriana”. 

Kevin Roberto Solís, uno de los sobrevivientes del ataque no tarda ni un segundo en acusar a Ortega y a Murillo como los responsables de aquel día que a él, le resulta “el más oscuro” en los 25 años que tiene de vida. “Fue horrible”, señala.

Para Susana López, no hay calificativo capaz de recoger lo que para ella significa recordar esa tragedia. “No fue humano”, dice entre la ira y el dolor. La mujer, en exilio forzado desde antes de mayo de 2021, asegura que no pasa un solo día que deje de dolerle la muerte de su hijo Gerald Vázquez López, una de las víctimas del ataque.

Morteros “hechos en casas” contra balas de alto calibre  

Ese día y desde el 8 de mayo de 2018, al menos 200 estudiantes ocupaban las 107 manzanas de los terrenos de la Universidad Autónoma de Nicaragua, (UNAN-Managua), tomada en el contexto del alzamiento cívico que desde todos los rincones del país demandaba la salida de Ortega que, junto a Murillo y sus hijos,  se ha adueñado Nicaragua desde el año 2007 y sueñan con morir en el poder e instalar en él, una dinastía familiar al mejor estilo que la dictadura de la familia Somoza. 

La UNAN-Managua es una de las universidades estatales más grandes del país y una de las más antiguas, con capacidad para una matrícula de 47 mil estudiantes en todas sus modalidades. En la parte política, fue un bastión ideológico de una izquierda que por años se vinculó al Frente Sandinista. Tras el levantamiento de abril de 2018, sus estudiantes rompieron con el orteguismo a causa de sus desviaciones por amor al poder, como ocurrió en todo el país. 

Kevin Roberto Solís, estudiaba la carrera de Derecho en la Universidad Católica, (Unica), cuando supo que varios de sus compañeros se habían organizado para tomarse la UNAN. Otros ocuparon la Universidad Politécnica de Nicaragua (Upoli), la Universidad Nacional de Ingeniería (UNI) y el resto de recintos universitarios en todo el país. “Era parte de la presión para lograr el fin de un gobierno que ya no agradaba. El país quería un cambio”, recuerda Solís, ahora desterrado, viviendo un exilio al que llegó cargando el sufrimiento de dos secuestro y tres años de cárcel, por oponerse a la dictadura. 

Solís admite que los chavalos que estaban en la UNAN-Managua no tenían la mínima noción de cómo repeler un ataque como el que se les vino aquel 13 de julio y que terminó al día siguiente con más de una docena de heridos, dos muertos, uno de ellos Gerald Vásquez López y el obrero del barrio San Judas, Francisco Flores, el otro. 

“Éramos chavalos, inmaduros muchos, sabíamos de matemáticas y de biología, otros apenas de derecho, administración de empresas y contabilidad y, claro, gente común que llegó apoyar. No había militares, ni teníamos armas, imposible contrarrestar un ataque tan violento”, revive Solís. 

Y tiene razón. Si es que se le puede llamar arma, el instrumento de defensa “de mayor poder” que los estudiantes tenían era el llamado “bachi”, un lanzamorteros artesanal, hecho y bautizado en Masaya para burlarse de Ortega, que solo llegó a ser bachiller y pisó menos de 8 meses la universidad, la Universidad Centroamericana (UCA)  que, por cierto, confiscó a los jesuitas en medio de esta deriva que lleva su régimen. 

El lanzamorteros es tres veces más grande que el común. Es un tubo que descansa en cuatro patas y solo puede ser accionado por al menos dos personas. Impresiona a la vista, pero apenas logra detonar una carga más fuerte de pólvora también artesanal y tiene un alcance de algunos metros más.  

Pero aquel día, en el otro extremo, los paramilitares al servicio de Ortega y Murillo hasta hicieron gala de su armamento: se grabaron a sí mismos en videos durante el ataque y los difundieron en redes. “Querían infundir miedo y solo dejaron la evidencia de la brutalidad de la que fueron capaces”, dice un periodista en el exilio que le tocó reportar sobre el ataque.  

Esos videos le permitió al sitio especializado en zonas de guerra Bellincat.com, identificar el tipo de armas que usaron los paramilitares orteguistas: fusiles Remington 700 o su versión militar M24SWS, ametralladoras PKM, fusiles de asalto M16A1, AK-47 y de tambor, escopetas y pistolas Bersa Thunder 9, además de radios de comunicación tipo  DP4800, XPR 7000  y serie Tait TP8100, de los que usan las unidades de Tácticas y Armas Policiales de Intervención y Rescate (TAPIR) de la Policía del régimen. 

El Grupo Internacional de Expertos Independientes (GIEI), de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) documentó el asalto y en su informe desfila como uno de los ataques más brutales del régimen, que solidifican las bases para acuñarle a los dictadores la ejecución de crímenes de lesa humanidad,  reafirmadas también en las conclusiones del Grupo de expertos de las Naciones Unidas que investigan también los hechos ocurridos en 2018 en el país.                  

Kevin Solís admite que solo hasta ahora, que lee lo del armamento y revive aquellas horas, tiene conciencia de todo eso. “He intentado olvidar, pero no se puede”, señala.  “Allá solo nos quedaba resistir, y resistir hasta la muerte”, repite con algunas de las sílabas atascadas en su garganta. “Es algo que duele hasta el recuerdo”, dice a DESPACHO 505. 

En la Divina Misericordia: “El vamos con todo se hizo bala”

Solís y demás sobrevivientes al ataque se consideran con fortuna por vivir para contar las 19 horas de aquel asalto brutal, las veces que sea necesario. Si alguien no entendía qué significó la frase: “Vamos con todo” que ordenó el régimen y que significó repartir sangre y muerte en todo el país contra todo disidente, el ataque a las instalaciones de la universidad estatal y que alcanzó las paredes, puertas e imágenes del templo de la Divina Misericordia, lo explica en sonido, imágenes y lo peor, en acciones, dicen los que lo vivieron.  

“Usted ve esto y duele, ahora, vivirlo es otra cosa”, dice a este medio de comunicación otro sobreviviente que pide hablar con identidad protegida por vivir aún en Nicaragua. El exuniversitario, se refiere a los videos del ataque. En uno se oyen a los chavalos en lo que ellos llaman “la última llamada antes de la muerte”. Unos pedían perdón a una madre, otros a un padre y hubo quien pidió a un hermano no olvidar que si moría era por él, por un futuro en libertad. “Mataron a plena luz del día”, acusa el opositor que cursaba la carrera de Ingeniería Civil en aquella Alma Mater.   

Solís es de los que cree que aunque hayan videos, escritos, y hasta los relatos de ellos mismos, no son capaces de recoger la dimensión de aquellas horas. “Cuando eso comenzó nadie pensó en mañana, todos creímos que ahí acababa todo, el sonido de las balas parecían decirte que en horas solo ibas a ser un nombre en un reporte, la muerte se acercaba y la oías venir hacia vos, era una agonía que no dolía en ninguna parte del cuerpo, pero que sabías que solo era cuestión de tiempo para retorcerte, cuando una bala te alcanzara”, cuenta Solís en un intento por retratar la crudeza de aquel momento. 

Solís vio morir a Gerald Vásquez. Recuerda al chico más pálido de lo que era y menudo por los días de mal comer y dormir en una trinchera que ambos escogieron por cuenta propia, por convicción, porque creían que la libertad no se podría alcanzar de otra manera y porque su país lo necesitaba. En medio de las balas vio a Vásquez desvanecerse cuando uno de los proyectiles le estalló en la cabeza. Todo fue rápido. 

El joven estudiante de Técnico en Construcción sería asesinado en la misma universidad donde soñó recibir su título profesional. La pañoleta azul y blanco que colgaba al cuello, perdió los colores del pabellón para volverse toda roja, teñida con su misma sangre. “Fue espantoso vivir eso”, dice Solís. 

“Le gritamos a la muerte” 

El excompañero de trinchera de Solís recuerda que de no ser por la gente que alertó en redes lo que pasaba y la decisión firme del padre Raúl Zamora, párroco de la iglesia Divina Misericordia colindante con la UNAN, los muertos se habrían contado “por montón”. 

Zamora no lo pensó dos veces para ir en auxilio de los universitarios. El exuniversitario lo recuerda agitado y nervioso conduciendo su camioneta y llevando a heridos por el camino de tierra que había entre el Centro de Desarrollo Infantil “Arlen Siu” y los interiores del recinto universitario. “El padre iba lleno y volvía vacío solo con los curadores (los jóvenes enfermeros)”, recuerda. El padre llevó a los muchachos a la iglesia en medio de las ráfagas. El templo se ubica a menos de 150 metros de la UNAN. 

 “Vimos la muerte de cerca, le gritamos a la muerte”, dice el sobreviviente que casi vive clandestino en Nicaragua. “Hablamos con ella y desafiamos al que disparaba y al que dio la orden de matarnos. Les gritamos ¡hijos de p…! ¡traidores a la patria!, ¡cobardes y asesinos! ¡vendidos! Estábamos convencidos que matarnos a nosotros ese día les sería fácil, estábamos atrapados, pero no matarían esta lucha que sigue ahí, tan viva como los chavalos que la bruja (Murillo) y el dictador (Ortega) han asesinados”, agregó.

La acción del padre Zamora tendría sus secuelas más tarde en la guerra que Ortega y Murillo desató contra la iglesia católica, pero eso no significó que se salvarían de consecuencias inmediatas. Al amanecer de aquel 14 de julio, Nicaragua y el mundo conoció el horror del que Ortega y Murillo son capaces de causar por su necedad de aferrarse al poder. 

La parroquia tienen130 agujeros de balas en sus paredes y puertas, varios de ellos en la imagen del Señor de la Divina Misericordia. Hubo que lavar el piso del templo por la sangre de los heridos y la de Vásquez, que agonizó en el lugar hasta que ya no pudo más. Al menos 70 jóvenes amanecieron en templo, mientras el resto logró huir en medio de las balas. 

“Fue una experiencia muy dolorosa”, describió el padre  Zamora, que pasó varios días sin dormir y que confesó, se despertaba por las noches exaltado y nervioso,  escuchando en su mente el ruido de las balas y los gritos de los chavalos que huían de la muerte.    

Dos años después de la masacre, el 14 de julio de 2020, la misma voz, la de Rosario Murillo, dijo que el día sería recordado como “día de la dignidad y la alegría universitaria”, ello pese a que ningún universitario se contó entre quienes perpetraron el ataque y que según ella, “necesitaban recuperar su Alma Mater”.

Un año antes de esa declaración y ocho meses después del asalto, al despuntar  enero de 2019, Rosario Murillo compareció en sus medios como lo hace todos los mediodías hablando toda una semana de Dios, amor y paz. Y lo sigue haciendo en un país donde ha prohibido procesiones, secuestrado sacerdotes, perseguido a las madres de los muertos y enviado a sus seguidores a profanar tumbas como la Gerald Vásquez que fue destruida en mayo de 2023, mientras doña Susana apenas comenzaba a vivir el duro exilio por pedir justicia para su hijo.    

“Es por eso”, dice Solís seis años después,  “que esta lucha sigue y termina hasta que el dictador se vaya”, asegura. 

- ¿Hay que algo que cambiarías de este día? --Le preguntó DESPACHO 505

Kevin Solís (KS): Todo. Para comenzar nadie debió estar ahí, estuvimos ahí porque hay una dictadura que provocó a un pueblo. Gerald, Francisco no debieron morir, nadie en Nicaragua.

- ¿Hay algo de qué arrepentirse? 

KS: Nada. Volvería ahí por mi país, por la libertad.

Ayúdanos a romper la censura, necesitamos tu apoyo para seguir informando

Donar

Noticias relacionadas