CRÓNICA |  Del orgullo de ser uno mismo

En Nicaragua, la sociedad sigue marginando a los miembros del colectivo LGBTI. Así es una noche de fiesta de una pareja gay que vive bajo las sombras por miedo al rechazo. “Soy maricón casi todo el día, pero hay horas en que tengo que ocultarlo”. 

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  • junio 28, 2023
  • 02:15 AM

MANAGUA — Al oeste de Managua se respira una libertad poco usual entre los que desean expresar alegría, soltar sus lenguas, manifestar su sexualidad. El hombre que está con su pareja, en una mesa de este bar de dos pisos y arreglado al estilo deportivo, grita un poco al son de la música de Cristian Nodal; más allá, otro quiere seguir la misma melodía, pero los errores de la oralidad alcoholizada lo hace trastabillar. Y reímos. Todo está bien. Es sábado en Managua y nadie está pendiente de los otros concurrentes, alegres ya algunos por las bebidas. Menos que noten a Gabi y Alfredo, dos docentes universitarios gays, la orientación sexual (concepto tan aséptico) que los alcanzó desde temprano con la mudez que siempre le tuvieron y que a día de hoy deben seguir usándola.

Pero esta vez la dejaron guardada en sus mochilas. Es noche de fiesta. Así que entre ton y son hay más que una letra de diferencia. Y esta vez compartí con los dos. Son, así le digo a Alfredo, un tipo alargado, suave de andar, de mirada alegre; Ton está a su lado, Gabi, otro maestro. Más rígido, aunque bastante cordial. Debe ser, supongo, por el hábito de su profesión. Se ve cansado: los ojos chicos, la cara roja y ese ceño medio fruncido. Sin embargo, ton y son ejemplifican la indivisibilidad de un ser formado por dos.


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La cita la acordamos en dos minutos un día antes. La escogencia del local fue más premeditada: debía ser lejos de sus trabajos, de sus hogares, de sus colegas. Ellos se mueven y actúan de esta manera, con la premura de la observación social a sus espaldas. Así que después de subir la escalera en caracol de este sitio acomodado en una colina, los encontré sentados en la barra, de fondo la lluvia pertinaz que cae oxida los techos y hace revolver en colores ocre el lago Xolotlán, aún perceptible a las seis y media de la tarde. 

Alfredo me saluda efusivamente, Gabi solo me da la mano. Meses de no vernos, así que los ausculto metódicamente. Una anamnesis que los retrotrae a todo: familia, trabajo, vida íntima. Ambos son gays en un país como Nicaragua, donde la mayoría es religiosa y timorata a la vez. La nueva ola y moda de aceptar e incluso incorporar las “recientemente” viejas realidades aún levantan dermatitis social. De esas aprendidas en las casas y en las escuelas. Gabi lo dice sin tapujos: “Soy marica casi todo el día, porque hay horas en que tengo que ocultarlo; todos tienen un buen rollo e incluso la buena voluntad, pero hay un código no escrito, no dicho, no existente, que los obliga a marginanarnos apenas se nos sale el siseo en alguna palabra”. Ese timbre que suena particularmente suave entre la mayoría de voces guturales consideradas machas. Por ello hace que los miren “distintos”.  

Le creo. He sido del clan homofóbico. Los que ya tenemos una edad para recordar décadas sabemos esa parte de la historia moderna de este país que hace apenas 15 años se despenalizó la homosexualidad, pues en 1992 se aprobó una reforma al Código Penal que criminalizaba mantener relaciones homosexuales en privado. Además, permitía procesar a personas por ejercer la defensa de los derechos de las lesbianas y los gays, facilitar información sobre salud sexual o por  mantener relaciones de carácter homosexual en circunstancias que no están penadas, en el caso de ser heterosexuales. Eso aprendí en la edad más importante de la formación humana. Eso se nos enseñaba en las escuelas.

Por ello tuve que desaprender ese capítulo; luego estudiar y asumir las nuevas masculinidades y las inclusiones que demandan esta posmodernidad líquida, fluida, polimodal. Ahora estoy en este bar, cuya música estridente nos hace hablar a  gritos, hasta que de repente Nodal se calla en los parlantes, pero a Gabi todos los presentes lo han escuchado. No tiene pizca de temor, es un tipo fornido, de labios gruesos, aunque sus ojos tiene una mirada que le delata una falta de fe en sí mismo; solo lo que lo vemos de frente lo sabemos. Por su parte Alfredo siempre es activo, habla, dice, menea, su cuerpo: es un réptil al que nadie puede obligar a quedarse quieto.  

Al lado del baño un tipo ríe por el comentario de Gabi. No mostramos interés por esa actitud machirula. Es más, nadie se atrevería a replicarle a Gabi. Me siento seguro con él. El tema se desvía cuando Alfredo recibe una notificación sobre un concurso de belleza y ambos se enzarzan en un dilema en los que ambos se convierten en jueces disímiles. “La de Carazo va a ganar”, afirma Alfredo. “Tiene mucha más personalidad la costeña”, replica Gabi. Los veo, los oigo, los sigo en el debate. Debo incluirme, pienso, y les pregunto si también siguen los certámenes gay, ya que estamos en el mes del Orgullo. No les interesa mucho el Miss Queen Nicaragua, que hace poco finalizó, mucho menos el Internacional. ¿Por qué? les pregunto con mis cejas. “Ya no estamos para esas distracciones que no nos hacen ganar nada más que burlas”, dice Gabi. No sé si tenga razón, pero sé que hay visibilización, aunque de esa forma banal de la que habla mi amigo.

Saco mi celular y entro a las páginas que me dicen: Miss Gay Nicaragua, Miss Teen Gay y otras más que siguen. Veo los miles de followers y suman unos 40,000 en solo dos de esas plataformas. El lugar se ha puesto pesado con la llegada de un grupo de tipos vestidos de beisbolistas, son jayanes por los cuatro costados y eso no les agrada a mis compañeros. “Mejor vamos a un lugar de ambiente”, dice Alfredo. (¿Al Noa, Noa?, pienso). “A Riko”, dicen al unísono. Tomamos uno de esos servicios de transporte que contratas por internet, para mayor seguridad. Ya vamos un poco alegres y apenas son las nueve de la noche. En 20 minutos estamos ya dentro del local. Un espacio abierto y con pista para baile. Nos sentamos en una mesa a la par del DJ, que mezcla cumbia con sonidos pop, pero lejos de del contraste, suena bien.

En cuanto nos sentamos una mujer se acerca con rapidez y abraza por detrás . “Karla María”, me dice cuando me la presenta Alfredo. Viste un short de mezclilla ajustado y corto-cortísimo que por arriba deja ver las comisuras de sus nalgas y por abajo es un verdadero desafío a las leyes anatómicas para formar un apilamiento hemisférico, hermético. Es audaz con las palabras y lanza unos prosaísmos poéticos que me encantan porque los engarza con groserías, hermosura y delicadeza. “Qué milagro estás por acá”, le dice con sarcasmo Alfredo. “Buscando baba de serpientes, como cada fin de semana, pero creo que estoy ciega porque no he visto ninguna”, responde ella.  

“Es un gusto conocerte”, le digo y la veo sin parpadear mientras tomo sus dedos, que me los ofrece como saludo. Su blusa me llama más la atención: tiene rayas negras y rosas rosadas, con cinco botones blancos al frente y top negro para contrastar. Su figura es de presencia eléctrica, de alegría venal, podría decirse. La invito a sentarse a mi lado, pero lo rechaza con cortesía. “Estoy con un novio de mi novio”. La frase me resultó intrigante, pero con ella entendí el concepto del poliamor versión nica. Gabi y Alfredo la dejan hablar, los hace reír. Y así como llegó, se fue.

“Es buena onda y lanzada”, dice Gabi, quien fue la que la conoció primero hace años. Afirma que le gustaría ser como ella, que muy pronto comenzó a manifestar su sexualidad. Karla María tiene ahora 25 años, pero desde los 13 se travistió, cuenta Gabi. Lo dice como si extrañara algo que nunca hizo. Tal vez piense que así deberían actuar todos los que ocultan su verdadera vocación sexual. A él le tocó vivir su adolescencia en la oscuridad de los 90, la década más homofóbica y en la que ser gay era un delito. A sus 43 años, Gabi ya se formó un carácter serio para evitar ser señalado. En cambio Alfredo, sus 49 años le han dado la libertad de ser dueño de sus actos sin remordimientos. Ha visto los ínfimos cambios en este país sobre el tema del homosexualismo. Y tiene razón, el Instituto Williams, adscrito a la Escuela de Leyes de la UCLA, California, en su más reciente encuesta del Índice de Aceptación Global de LGTB, que abarca los años 2017-2020, coloca a Nicaragua en el lugar 46 de 175 países, con una aceptación del 5.57, de un rango de 9. Sin mucho avance desde hace 20 años, cuando marcó 5.1 y el lugar 48. 

“Nada ha cambiado. Pasarelas, concursos y nada más. Vivo cada día siendo marica oculta, pero solo puedo liberarme los fines de semana, cuando me travisto mentalmente y me vale todo, menos mi marido”, filosofa con el aditivo de las cervezas. Gabi lo ve con ternura y lo abraza con efusión. Se ve que disfrutan su amor, su vida, su relación, su vivir en esta Managua que a las once de la noche comienza a refrescarse. Pedimos tres cervezas más, chocamos las botellas y de largo brindamos con Karla María, la mujer que nos divirtió más la noche y nos dio la lección de estar orgulloso de uno mismo.    

*Crónica de un país en crisis es una serie de DESPACHO 505 para contar en primera persona las realidades cotidianas de Nicaragua. 

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